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viernes, 3 de enero de 2014

EL TRAUMA DE LOS CELOS EN LA INFANCIA




Hay en la noche una luna
con las piernas de los veinte años,
intencionadamente largas
como mis deudas,
como esa larga alfombra o cabellera
que siempre me reciben seductoras,
con la única intención
de apuntalarme a sus pupilas,
nueve meses después
de nuestro encuentro.
 
Reconozco que no es fácil reunir en el viento que azota las horas por pasar, los mapas que conquistan mi futuro. Confuso hasta el descaro de la veta caníbal, sumo dificultades por las que puntualmente me podría perder o acostumbrar a vivir disfrutando: horas y meses siglos, y horas y meses y siglos de amores y discordias.
 
Solo para rozar tu cama,
no con las manos, sino con mi aliento
al ponerse feliz todos tus soles,
mientras el mundo se consume
tendré que prometer con la voz cristalina
de las piedras nupciales, casi todo lo escrito
en los tratados del buen seductor.
 
Y por supuesto que para alguien
del que hablan todas las mujeres,
salvo el valor de mis acciones
cayendo igual que los amigos,
como las cataratas
azules de cualquier cabeza,
ya no sé si le queda nada
que me pueda importar:
ni amor, ni casa, ni trabajo
en el templo inconcluso de los lunes
y, aun así, te propongo matrimonio
hincando a tu sandalia mi rodilla.
 
Esta vieja conciencia sola y en ropa interior, es otra enfermedad que me persigue para mostrarme la ceniza de los cipreses que seguro talé de crío, el trauma de los celos en la infancia, la mano que olvidé lavar para sentirte cerca siempre, todos, todos los días.
 
Cuando la luna está completa
me sobran los aplausos
que dan las buenas noches,
y a medida que asciendo
hasta la última cumbre
me falta tu presencia.
 
Por supuesto que fue por no tenerte,
por lo que todos ven,
enfermos terminales
a la luz de los quirófanos,
y en sus meditaciones,
a niños que bebieron
en las últimas horas de los últimos días
la leche con galletas de los héroes,
esos que sin lugar a duda crearon
para conseguir sus favores,
exquisitos paisajes de damas exquisitas.
Sí, claro que la suerte me acompaña.
Sí, claro que te siento.
 
De igual forma que mi silueta a la luz de los abrazos se llena de burbujas y sale a correr los domingos por el jardín de tus heridas, así mi amor así, como si no existiera el mundo, salgo a desayunar, algo descafeinado, solo y triste si no me añades nada.
 
Nací en noviembre
en algún rincón de la luna entera.
Y sí, claro que voy a morir
con otra luna entera
algún otro noviembre.

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