Vistas de página en total

miércoles, 14 de febrero de 2024

Coplas a la muerte de su padre.

 


Coplas a la muerte de su padre.
 
Jorge Manrique
 
I
 
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer;
cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
 
II
 
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
 
III
 
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
 
IV
 
Invocación
 
Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.
A Aquel sólo me encomiendo,
Aquel sólo invoco yo
de verdad,
que, en este mundo viviendo,
el mundo no conoció
su deidad. 
 
V
 
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
más cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.
  
VI
 
Este mundo bueno fue
si bien usásemos de él,
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquel
que atendemos.
Y aun aquel Hijo de Dios,
para subirnos al cielo,
descendió
a nacer acá entre nos
y a vivir en este suelo
do murió.

martes, 6 de febrero de 2024

SIN LUZ "La destrucción o el amor"



 SIN LUZ 

El pez espada, 
cuyo cansancio se atribuye ante todo a la imposibilidad de horadar a la sombra, 
de sentir en su carne la frialdad del fondo de los mares donde el negror no ama, 
donde faltan aquellas frescas algas amarillas 
que el sol dora en las primeras aguas. 

La tristeza gemebunda de ese inmóvil pez espada cuyo ojo no gira, 
cuya fijeza quieta lastima su pupila, 
cuya lágrima resbala entre las aguas mismas 
sin que en ellas se note su amarillo tristísimo. 

El fondo de ese mar donde el inmóvil pez respira con sus branquias un barro, 
esa agua como un aire, 
ese polvillo fino 
que se alborota mintiendo la fantasía de un sueño, 
que se aplaca monótono cubriendo el lecho quieto 
donde gravita el monte altísimo, cuyas crestas se agitan 
como penacho -sí- de un sueño oscuro. 

Arriba las espumas, cabelleras difusas, 
ignoran los profundos pies de fango, 
esa imposibilidad de desarraigarse del abismo, 
de alzarse con unas alas verdes sobre lo seco abisal 
y escaparse ligero sin miedo al sol ardiente. 

Las blancas cabelleras, las juveniles dichas, 
pugnan hirvientes, pobladas por los peces
-por la creciente vida que ahora empieza-, 
por elevar su voz al aire joven, 
donde un sol fulgurante 
hace plata el amor y oro los abrazos, 
las pieles conjugadas, 
ese unirse los pechos como las fortalezas que se aplacan fundiéndose. 

Pero el fondo palpita como un solo pez abandonado. 
De nada sirve que una frente gozosa 
se incruste en el azul como un sol que se da, 
como amor que visita a humanas criaturas.

De nada sirve que un mar inmenso entero  
sienta sus peces entre espumas como si fueran pájaros. 
El calor que le roba el quieto fondo opaco, 
la base inconmovible de la milenaria columna 
que aplasta un ala de ruiseñor ahogado, 
un pico que cantaba la evasión del amor, 
 gozoso entre unas plumas templadas a un sol nuevo. 

Ese profundo obscuro donde no existe el llanto, 
donde un ojo no gira en su cuévano seco, 
pez espada que no puede horadar a la sombra, 
donde aplacado el limo no imita un sueño agotado.