del útero materno,
para todos había dioses,
con su ir y venir puesta,
de un modo peculiar,
los lunes la sonrisa.
de los dedos y las costumbres,
contra los bailes de las alas
visibles o invisibles
que rompen con su canto
el cielo caradura de la noche.
De la noche optimista.
Y por favor,
perdóname por no ser para ti
estrictamente asombro,
los días y los sueños,
las servilletas de papel
que limpian las historias.
el aire trasversal, que se me va
escapando lo mismo
que ciertas fechas
y ciertos brindis
y ciertas mejillas
perfumadas por el invierno
al viento del invierno.
serpentinas de lluvia en cada amanecer
y luz entretejida en las fechas importantes.
hasta el razonamiento,
refinados detalles
de un dios en calcetines.
Cada domingo en la tostada:
solo cuatro segundos
del cuento que te cuento,
frente a frente, sin obra, dos actrices,
tres relámpagos sin tormenta,
ese millón de notas
en las que alguien desvela
el principio de alguna insolación
con los mecheros del olvido.
del útero materno,
queda tanto que hacer,
en los que miran solo,
detrás del, para nunca,
de los escaparates,
que es muy posible, que se den,
de diez a mil puntadas
por minuto al amor
para que nada cambie.
hay dioses para todos,
algo en la luz que los distingue
por no tener escuela
y levantarse tarde,
por vestir diferente sus mejillas,
por ofrecer al hombre
hermosos nacimientos
y sus excusas.