Como ya, muy bien, nos dejó escrito Günter Blöcker en: Líneas y perfiles de la literatura moderna.
“Quien persigue lo desconocido, no puede seguir caminos conocidos, quien quiera
penetrar en los arcanos, frecuentemente ha de romper los prototipos”. Y puesto
que caminamos y camino con el bastón de la ceguera por delante, sin saber con
exactitud lo que pretendo o pretendemos buscar, no me queda otra que hacer mías
sus palabras y adherirme a sus destinos, para, desde estos, discutir sobre las
verdades objetivas de todas sus creencias. Discutir para poder racionalizar los
puntos precisos desde los que seguir considerando seriamente los dobles o
triples sentidos fijos u ocasionales que, sin duda, tienen todas las ideas.
Para crear ilusiones en cada frase, y en cada verso, infinitos mundos sin
pausas, y en cada terremoto, la sinrazón. Comprensible o incomprensiblemente
contamos de nuestra vida, todos los acentos sobrepuestos en las escusas del
primer cataclismo, por lo que, sería conveniente, aceptando las dudas que
acercan algunas circunstancias mentirosas, comenzar a exponer, desde otra
perspectiva, esto que digo.
Aún hoy, que en pleno siglo XXI no se ha
conseguido una definición exacta de la poesía, una que acierte a mostrarnos su
discutible o indiscutible naturaleza, sería poco hábil, sino dijese, tal vez en
mi propio interés, que este puede ser un buen momento para concretar algunas de
las pistas que nos acerquen a ella.
Así, después de esbozar lo desconocido y exponer
parte de lo conocido, no me queda otra opción que comenzar por algo que sí se
sabe; que la poesía de la que hablo, nació con los profetas y sus cantos
religiosos, esos que conscientes o inconscientes fueron la base de las primeras
cornamentas del mundo a los dioses, a esos dioses que pasado el amamantamiento
y la infancia, acaso, por la cerrazón encasillada en la norma de las
buenas-malas formas, se alejaron del círculo de las faldas dominantes, siempre
por ser como fue connatural al ser humano, siempre como lo es la inconstancia
que provoca en todos los espíritus sus lamentaciones, las que van en contra de
todo lo que hasta ahora se veía como norma establecida, las que se dejan a los
lados para volar, sin saber muy bien, ni donde, ni hacia donde, ni por dónde;
lo que sí parece seguro es que, desde entonces, nunca más volvieron a ser capaz
de estremecerse con su amorosa humanidad, o sus resquebrajos, o sus
apocalipsis. Hoy el excedente de profetas y cantos religiosos, distorsionan
tanto su posible percepción, que todo vale y nada vale.
Es innegable como en todas las facetas de la vida
de los seres humanos, que por dos o tres dime que te digo, ocurre siempre lo
mismo; se busca con buenas palabras inventar, para después de una ardua labor
de ingeniería, separar los instantes trascendentes incrustados entre la
cotidianeidad de las cosas; luego, si se consigue; se expone, y tras la
exposición, se tapa de nuevo el sendero para que nadie más lo utilice, y se
abandona, y se deja llenar de maleza hasta que con el tiempo se oculta su
entrada. Sí, se podría decir que solo se crea como satisfacción personal.
Total, ¿a quienes les puede importar dos o tres besos distintos cuando el amor,
hoy, se subasta en eBay?
Opino
que toda creación poética, debiera conllevar un proceso evolutivo ascendente,
para, una vez alcanzada la cima de los deseos, poder bajar a los infiernos o a
la calle y calentarse desde esa subliteratura de las listas negras o blancas
que aparecen en los diarios o en las notas de atención que se pegan al
frigorífico, para que no se olviden las obligaciones, para conseguir alcanzar, tal vez, por un
descuido, la mismísima fuente de la excelencia o ese misterio que, en algunas
ocasiones, llega puntual en las cartas de amor o despedida, esas con las que el
hombre, el poeta, además de imaginar las cosas, las concientiza hasta
listarlas, hasta ir al mercado de la memoria y en ella precocinarlas en el
cuenco de los deshielos, para, solo después de volver a su estado natural,
poder enamorarse y enamorar.
Este
proceso que se inicia, seguro, en la superficie de una historia sin historia
conocida, este que se expresa con un lenguaje generalizado, un lenguaje común,
un lenguaje que no pretende, para nada, ni por nada, ser poético, sino que, más
bien, va surgiendo por la necesidad del día a día, desde esas palabras con las
que, casi todos los que hemos nacido en alguno de los países, supuestamente,
desarrollados aprendimos por repetición y mimetismo en los colegios de la
infancia y que, por ello, como tocados de nada creemos ser continuadores.
Los
niños y aquellos que por primera vez se acercan a la escritura son por no
estar contaminados, los posibles creadores de figuras originales. Y sí, ya
sabéis que esto, me lo han soplado otros con los que estoy totalmente de
acuerdo, siendo este el motivo, por el que os lo traslado. Decir que el mar
es azul y que el sol nos calienta, es igual que no decir nada ya te lo digo,
y eso no, no es poesía
Así,
en más ocasiones de las que fuese necesario exponer, olvidándonos de nuestro
decoro, cargándonos de tópicos e ideas de uso frecuente, mostramos, sin
vergüenza, nuestra intimidad, esa intimidad que, sin dudas, o muchas más dudas
de las necesarias, no es tan agradable hacia los demás como nosotros, al
escribirla, pensábamos.
Hasta
este punto, una gran mayoría de los seres humanos, por unos u otros motivos,
todos somos poetas. Diosecitos de las palabras. Exhibicionistas que intentamos
descubrir mundos confidentes. Todos tenemos sentimientos, todos podemos ver
cómo se transforman los colores del día, hasta, desafiantemente, unirse con las
tristezas de la noche y contaminar así nuestras y vuestras almas. Todos somos
capaces de entremezclar un par de loci a
persona o loci a res, para
comunicar los contenidos de un discurso con el que creernos que liamos, la de
dios o el diablo. Aunque, si continuamos caminando, si damos un paso más, sino dejamos
que nos tiente el dinero, el trabajo, la profesión, los amigos, la familia; si
somos constantes, si perseveramos y perseveramos; mucho tiempo después,
descubrimos lo equivocados que estábamos.
Y
convencidos, acaso, ya a las puertas del abandono. ¡Qué casualidad!, sin saber
¿por qué?, ni como, hay un patito feo que, surfeando el oleaje, parece estar
preparado para aceptar consejos, para ver como: una madre o un padre o un
maestro le anima y le insta a seguir diciéndole: “Ahora te encuentras aquí.
Y no, no está nada mal, pero, si quieres llegar aquí, sería interesante que
fueses por aquí” ¡Sí, sí! ¿Es qué no te diste cuenta de que te llevó la corriente?
Y
el diminuto ser, niño, alumno, anciano, de pronto, se alza sobre sí, recapacita, le da vueltas y vueltas y siente como se quema por dentro esa idea
que tuvo de su primer poema. Siendo en ese momento cuando, desde aquel dolor
que le acompaña, algo le reafirma en que tiene que ser sobre esa huella donde
ha de pisar para dejar su huella, y cierra esa primera puerta por la que entró
al mundo hace tantos y tantos miedos, y abre otra, y otros y otros mundos más, hasta no ver en la rectitud de la llanura
ningún sendero conocido, hasta comprender que son sus pasos los que van
abriendo la marcha y son sus huellas las que van quedando. Sí, entiendo que es
difícil aceptar críticas y consejos cuando parece que no hay nada que ganar, ni
a lugar alguno donde ir, pero, en muchas ocasiones, sí, se consiguen inventar
oasis en los tiempos muertos, resulta que estos, son maravillosos.
Este
es el estadio en el que, por unos u otros motivos, se quedan estancados la gran
mayoría de los versificadores. En el interior de este bucle se pasan, de dos a
tres vidas, reescribiendo y poblando, toda una existencia de sentimentalidades,
de diosas y dioses morenazos, y reestructuraciones, y diplomacias a todos esos
versos comunes que otros escribieron antes, con muchísimo más acierto en el
estilo y la contabilidad.
Y
puesto que como miembros activos de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir
y movernos y actuar y ser y estar sujetos a la barra del tío vivo, con una
cultura y unos valores excesivamente semejantes y predeterminados por las
normas; por haber ido absorbiendo y recopilando del día a día, en las más de
las ocasiones, sin darnos cuenta, toda una pequeña enciclopedia de pormenores,
de alaridos documentales, de pompas dependientes de las preguntas con que se
llenan, resultándonos, así, por los mismos motivos que existimos,
extremadamente difícil deshacernos de los viejos trajes que ocupan nuestros armarios
mentales; solo aquellos que verdaderamente deseen seguir evolucionando, serán
capaces de airearse y reciclarse o directamente deshacerse de ellos.
Algunos
atrevidos, juntan una idea de la calle y dos únicos sentimientos y nos lo
sirven, argumentando con la ayuda del amiguismo, que es la mejor poesía
posible. Y seguro que tienen razón, seguro que debido a las enseñanzas que han
recibido; para ellos, eso es lo mejor que pueden hacer. Y están convencidos de
que es imposible encontrar otro sendero para decir lo que ellos han dicho.
Esas
palabras, sin indicios temáticos, esos
trozos de historias repetidas una u otra vez, donde lo único que falta es la
originalidad, y la estructura, y las anécdotas, y las atmósfera de las vidas
soñadas o vividas y realizadas, que, si acaso sirven para algo, es para
recordar fracasos y fracasos anteriores. Esos que se quedaron dentro de su
cabeza y nuestra cabeza, entre los posos del recuerdo, esos que son acciones
que, aun hoy, no han sucedido, esos que aparecen sin esfuerzo, así, sin más ni
más, esos, sí, esos son el todo de los principios literarios, pero después hay
que trabajar.
Algunos
de tantos aprendices de poeta como surgen cada día, no se conforman y dan un
pequeño paso más y lo desarrollan tal y como lo han aprendido, desde la misma
estética de la mimesis, con el mismo lenguaje mimético y fotocopiado de los
maestros y lecturas anteriores. Casi, casi con los mismos fallos, y los mismos aciertos. Estos,
en cuanto les aplauden los amigos, la primera vez, son los más peligrosos,
puesto que trasladan memorísticamente de su cabeza al papel, las esencias de
los desperdicios que han aprendido. Son ciegos del pasado removiendo, por
satisfacción propia, todas sus capas.
Los
más inconformistas, pocos, muy pocos, siguen todavía unos cuantos pasos más,
saltan nuevos muros y abren nuevas puertas hasta llegar a ese otro estadio
donde abunda una nueva estética, una nueva manera de contar y decir, una nueva
forma que, por darla un nombre, la llamaremos del absurdo, empleando esta, como
originalidad, un lenguaje decodificado, incomprensible de llegar a entender
sino se posee la contraseña, la llave que abre el interior de las esencias.
Aquí es donde se rompe todo y se une todo, se clonan monstruosidades y se
consiguen bellezas distintas. Es un laboratorio de pruebas de poesía, de donde
han de salir, si se persevera, grandes poemas.
Unos
pocos, a esa hora en la que la naturaleza parece tranquila y le frotan de golpe
sus destinos, se dan cuenta, al fin, de todos sus defectos, y comienzan cada
noche a pulir las palabras, a naturalizar las ideas, a cerrar y abrir
perspectivas desde un estado que casi llega a rozar las sensaciones del trance,
y así, hasta alcanzar una estética que busque, incansable, un lenguaje creativo
y comprensible, un lenguaje con toques y toques diferentes, un lenguaje poético
y original, uno que, como el agua en las rocas, invisible, va abriendo manantiales nuevos.