sobre la superficie de tu semblante humano.
siguen en el alfeizar
de tu ventana.
apasionadamente antes de Cristo,
cuando se calan todos los sombreros
después de los diluvios, al sur de la inocencia,
debajo del paraguas de las constelaciones,
ahora que nadie mira las figuras del lienzo.
estos treinta minutos que dura el bocadillo:
la resaca del hombre hasta doler,
la inmensa superficie del enigma.
y brindis contra el mundo.
Y entre las unas y los otros,
pocas conversaciones,
tan pocas, que al cumplir los veinte,
suponiendo que vayan a llorar de alabastro,
mientras ondean sus cabellos,
ya se conocen todas.
un lugar sin colores blancos,
solamente un instante pensativo,
la receta que nos haga inmortales.
para el olvido de las muchedumbres
y caderas perfectas con las formas de espuma
que tienen casi todos los finales.
Se podría decir que, uno, ya es telediario.
Ola llegando a la orilla.
¿Para qué descifrar su origen,
la manicura del otoño,
el tenue rastro de las pinceladas?
¿Cuáles son los efectos de tantos compromisos?
sobre esta nieve de las cumbres viejas.
oigamos las disculpas,
de ese miedo que exhibe en la azotea
más de dos mil años de continuidad,
el monólogo solo y roto
en la montaña dónde, por su inmenso destino,
siempre suenan las mismas tonterías,
el color evangélico de nuestros almohadones.