Me
presento ante vosotros porque quiero. Sencillamente porque algunos días vienen
de la voz, dictados por estas notas sueltas que escoge, para salir y airear de
contenidos mi pensamiento: este sonso ir y venir desde la fiesta a la oficina
sin costes publicitarios, este protocolo encorsetado “de todo lo que no se
pierde”. Me presento ante vosotros sólo, como un número de escaso valor en la
estadística del estrés diario.
Me
presento porque sí, porque es la única manera que me queda, para retribuir como
turista de tus noches, todas esas horas que llegaron voladas ayer, y se reúnen hoy
para ti en la boca, envueltas de regalo, en un álbum de instantáneas; tantas,
como horas no estuve yo en tu sueño, ni perseguí por las noches tus delirios,
no continué incansable, tras los márgenes de esas huellas impertinentes, que
poco a poco fueron apareciendo en la piel, y señalaron todo el tiempo que habíamos
estado juntos. Esas horas que en ocasiones vinieron del sexo, vinieron vestidas
y desvestidas de vaticinios, de certezas de realidades e irrealidades, de
confianzas, de la mano tonta, de una incipiente curiosidad por ver todos sus
mundos. Todas sus horas que contradicen al silencio. Todas esas horas que una
vez impresas, irán a dormir al lado mismo de las buenas noches, en ese espacio
esquinadamente útil que ocupa como un estandarte quieto, la mesilla; allí donde
tantos versos antes reposaron su silencio.
Digo
verso y enciendo circunstancias o todas las luces. Repito: verso y son
casualidades que desembocan del movimiento, al súbito esplendor de las razones,
razones que son enmiendas del beso al paso por el vértice del rostro, la
obligación de meditar solo, en ese otro paso que se adelanta más allá de lo
imposible. Algo real que transcurre, como en un estreno de película, desde la
alfombra sucia, hasta la pantalla de plasma; detrás, la luna, algo así como una
sensación que roza los límites del hemisferio de las luces.
Una
sensación que cuando llega, no sólo traspasa el breve instante en que nos
arrodillamos juntos, sino que en su reflejo, muestra algo tan presente, como un
decir que estoy, algo tan de hoy como una dureza, algo tan de ahora como el
movimiento después del movimiento, como tu vientre misceláneo, algo así, como
un mañana que viniese a llevar en el camión de la basura, todas las cenizas.
El
mutismo, las muselinas de la ausencia, lo que viene doble semilla a reemplazar,
sin ver, todo lo ido, todo lo envuelto en su pátina de fiebre inefable, todo lo
que huele a nacimiento, y en contadas ocasiones, se instala dentro de una
fugitiva desmemoria. Algo tan profundo como el hombre que llega, con la
intención de mostrar en una sola toma, las figuras en movimiento.
Si
me apuráis y no me sopla el tiempo de las cosas que no visten, desfilaría ante
vosotros siempre, desde todo lo que fue indecible. Desde todo lo decible que
viene por delante. Desde fuera del círculo de todos los que fueron por detrás.
Desde esa ansia ignota que acompaña al desafío.
Desfilo,
desde esta ley inmanente de las hojas que llegan de la misma naturaleza al
papel, hasta este mismo papel que llevará después el aire por el aire. Desfilo
desde esta ley que digo, tan distinta en los gestos y las formas, a esta ley de
nuestra selva, a esta ley, también ahora, embrutecida por las mismas envidias
que nos vienen de siempre, que llegan y nos critican y nos juzgan y nos
condenan, como únicos motivos raros de la creación. Desfilo ante vosotros como
la sangre en la pelea, como una mancha rota en su renuncia, como un grifo si me
abrís ante el espejo, como un caudal que arrastrase su vergüenza ante Dios,
siempre artrítico de miedos que no escapan y sí esperan.
Como
comercial que derrite teléfonos, voy buscando, número a número, esa llamada que
me permita cobrar a fin de mes. Como aprendiz de poeta, voy buscando, al otro
lado de la puerta fría, todo esto que os muestro, esto que aún no está
concluido, esto que me cuesta un huevo remover, exprimir y filtrar de su esencia
imposible, para así, satisfacer todos los muchos; - no me digas: sí, parece
interesante -. No, no me lo digas porque sé, que detrás del no viene siempre
cerrar la puerta, como si fuese habitual el paseo de tantas dudas, sobre esta
verdad que se derrite, por haber nacido un instante.
Crecer
a la sombra del carbón, puede ser algo de lo más natural. Nunca lo he
discutido. Desfilar desde la mina hasta su invento de palabra, desfilar sobre
esta pasarela que el papel me ofrece, desfilar bajo esta luna o este sol que
llega ahorcado por un cable al techo de la cocina inteligente, desfilar desde
aquí, desde esta mesa donde visto a las cosas siempre de conocidas rarezas, no
será nada si vuestros ojos cuando me abran y me lean no me descubren.
ABSURDOS
DE LA CALLE
La
calle vuelve a ser hoy,
el
sólido diseño
de
esta cabeza nuestra
tan
turística siempre,
tan
transitada de mañanas:
de
vidas que acuden y esperan
la
llegada de esos últimos metros,
que
vienen tan puntuales
y
nos llevan tan deprisa al olvido.