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martes, 21 de enero de 2014

DE DIEZ A MIL PUNTADAS POR MINUTO AL AMOR



Una vez que salimos del útero materno, para todos había dioses, con su ir y venir, puesta, de un modo peculiar, los lunes la sonrisa, con la respiración al ritmo de los dedos y las costumbres, contra los bailes de las alas, visibles o invisibles, que rompen con su canto, el cielo caradura de la noche.

Y por favor, perdóname por no ser para ti
estrictamente asombro, los días y los sueños,
las servilletas de papel que limpian las historias,
el matrimonio, los bautizos, el aire trasversal,
que se me va escapando igual que ciertas fechas
y ciertos brindis y ciertas mejillas
perfumadas por el invierno.

Intento negociar igual que si pusiera
serpentinas de lluvia en cada amanecer
y luz entretejida en las fechas importantes

Intento negociar,
con el razonamiento
de un dios en calcetines
cada domingo en la tostada:
refinados detalles,
solo cuatro segundos del cuento que te cuento
frente a frente sin obra, dos actrices,
tres relámpagos sin tormenta,
ese millón de notas
en las que alguien desvela
el principio de alguna insolación
con los mecheros del olvido.

Una vez que salimos del útero materno, queda tanto que hacer, en los que miran solo detrás del para nunca de los escaparates, que es posible, que se den, de diez a mil puntadas por minuto al amor para que nada cambie.

En los días de fiesta hay dioses para todos,
algo en la luz que los distingue
por no tener escuela y levantarse tarde,
por vestir diferente sus mejillas,
por ofrecer hermosos nacimientos
a la felicidad del hombre y sus excusas.

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