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sábado, 11 de marzo de 2023

Pálpitos del tren que no vuelve


 https://www.amazon.es/dp/B08VR8R1K9



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           Que ayude la experiencia de los años
                    para tocar el alma                                                
                                                  Francisco Brines
                     Vivir ya es algo
                                             Jorge Guillen
  
Aún sigo aquí. Simiente que claudica,
rastro apenas visible de la infancia,
futura inmensidad de polvo.
 
Sigo dulce y teológico, animal indigesto
en la memoria de los hombres todos los días.
 
Sigo a la sangre en su parte de color marfil.
Sigo desnudo y de ceniza, bárbaro y urgente,
despeinado en la voz mientras me descompongo.
Sigo aullido y silencio en el mismo recorrido.
Otra vez en el mismo recorrido.
 
Deprisa, vivo casi de milagro. Deprisa,
si borro ese casi, ya no vivo.
 
Me condeno. Condeno y me condeno
en las dudas del ángel empapado de gozos.
En la edad donde ya casi nada hierve,
deseo sentir como vuelve a caer tu falda
ante el filo de mis párpados perecederos:
igual que una embestida juvenil
o el resplandor de sus rituales.
Mi lengua necesita viajar desde el asombro
jadeante y perfumado de tu piel
hasta el mundo incorpóreo de tu lengua.
...





jueves, 9 de marzo de 2023

METAFÍSICAS DEL KALAHARI

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Sé que, en alguna ocasión, fuimos la brisa de un niño terrible en las venas del hombre. Qué después de cenar y decidir en la sobremesa el recorrido de la siguiente jornada, dormimos por rebeldía en la cara oscura de la memoria, y soñamos que cazamos al cenit de un único silencio, esa luminiscencia del mundo que nos quiebra, ese mundo dónde la noche, queriéndolo abarcar todo, estuvo envuelta por un canto largamente herido.

Sé que, a la mañana siguiente, deudores de la luz, salimos a disparar tal vez historias empapadas de historia, como meciéndonos en un planeta que fuese aún en pañales, una verde extensión de mapas fingidos, de figuras manoseadas, de fronteras sin vestir, como una necesidad que colorease las mejillas a la luz del asombro, como un gesto común y cotidiano en el otro extremo de la vida.

Sé que, una escopeta en las manos sobre todo apunta al cielo de alguna risotada perenne. Apunta al mismísimo centro de la polémica, a esa que siempre suscita la sinrazón de unos y otros, esa que se viste de camuflaje y circunstancias, de paños transparentes, de claroscuros y olvidos, de aquel que si tú, que si yo de las intrigas y los lamentos.

Pero es que hubo una época acaso irreprochable, en la que todos fuimos jóvenes contra el miedo, una época donde todos los días bebimos rosas de sangre y espera, una época donde apenas, si tenían espacio las preocupaciones. Hoy, que ya casi somos jaspes excesivamente pulido sabemos, por saber algo, que venimos de una herida y delante del espejo cada uno acomoda su postura para vivir los días que restan como mejor se puede, convencidos de que después de nosotros seguirán las mismas discusiones y los mismos desencuentros.

Al descubierto: de tú a tú entre el hombre que soy y el animal que me posee, quiero volver al safari que duerme de continuo en las letras: tanto a las que se deben, como a las que se pagan o se leen sobre la amplia extensión del paquidermo o la jirafa, y desde ellas, desde sus llanuras y valles, desde sus obligadas depresiones, quiero volver a la velocidad fluyente del antílope o la gacela, al tigre moteado siempre de circunstancias diversas, a la metáfora de oro descolorido al cuello del rey león, a ese ciego y calvo animal que reposa y observa desde la piedra, sus memorias de sangre en la mirada, justo en ese preciso momento en que la sabana se quita de golpe su penumbra matutina.

Quiero volver a la triste oligarquía de la noche que extiende su inmensa oscuridad, sobre el lomo refulgente del gato o la pantera, al vuelo armónico de las aves migratorias, a la astucia de la liebre encamada, al conejo casero, al guarro casi inteligente que se escabulle de las trampas del olvido, a ese fastidiar lineal de las curvas de las hienas, a la extensión infinita de las metáforas.

Quiero volver a las formas que dibujan la luz en las pupilas del halcón, al vuelo emergente de su arte milenario al borde del precipicio, al rojo desnudo de la sangre y las palabras que escapan por el hemisferio afilado de los cuerpos; a su latido al otro lado de un cuarto creciente, en las venas de la discordia o la envidia tal vez.

Aquí que descubro mi existencia de espiga en el jardín trasero de algún adosado, quiero mirar con mi cuerpo de atardeceres acaso belicosos, las formas del silencio, los minutos puntuales en que respiré la naturaleza del alba, el destino incierto de algunos hombres y algunas bestias; a la primera línea del bostezo.

No voy a pedir disculpas por ser quien soy ni vivir como vivo, por no vestir el color de tus deseos, por hablar de un día cualquiera de caza, de mi afición favorita, de un entretenimiento casi al azar envolvente de cualquier nacarada pupila. Sé que muchos me critican, me disparan y vociferan con su triple moralidad, pero yo, no voy a pedir disculpas porque sé que, en la mayor parte de las ocasiones, son mis estipendios los que alimentan durante todo un año al guía y su familia. Sí, es cierto, yo satisfago mi ego mientras disparo mi cámara o mi fusil, pero ellos, ellos ponen un plato de comida en la mesa.

Mi conciencia está tranquila, mi espíritu como el de la montaña, en libertad. Los que me juzgan y condenan, lo hacen disparando despropósitos, confortablemente sentados frente al ordenador, sin ensuciarse nunca con el polvo de los desastres, ni el barro de las riadas, para ellos, su minuto de importancia existe solo mientras están los flases cerca. Y es que como muy bien decía Baroja: todos somos átomos brillantes de la atmósfera de imbecilidades que recubre este ridículo planeta.

Esto que os soplo en este escrito, es el aire de una contienda, ya lo sé, la prolongación rayada de un discurso en el fuego insolente del miedo que nos juzga, las sombras del tiempo pasado y por venir, una mano tendida a la concordia, al entendimiento, a la doble vista de una jornada amigable; la voz en el rompecabezas de la rutina, los actos imprecisos, en los lances imposibles de alguna representación teatral. Esto que os soplo es un milagro a la sombra de un aperitivo vagamente desnudo.

En este mundo blanco, de almas rebeldes; no estoy solo, nunca he estado solo, siempre hay dos o tres o cinco compañeros que me acompañan, que me comprenden y me dan ánimos, que curan y graban a la luz de la última verdad, mis heridas.