¿POR QUÉ ME LLAMAS?
¿Por qué me llamas? –Terciopelo distante, o
farola fundida dentro del paraíso por error, sí, sí, tal vez por error en la
línea de luces que deforman la luna de algún Dios arquitecto; alguno –ya lo
digo– que hoy se duerme, con vistas al mar, lejos del paseo prometido,
nocturno y rutinario. Alguno que, en los ratos libres, para que esto funciones,
se subcontrata como autónomo en el mantenimiento de la luz.
Habla el orgullo. Habla y decide oler a
bosque, a silla, a siembra, a instante con sus cuatro informes, a sombra y
labio e incendio o nada; a los senos de una contradicción, o un
arrepentimiento, o un océano y su memoria; memoria que también decide girar y
girar con la tierra de este presente, este que se abre y acoge un cuerpo y
otro, y otro cuerpo que unidos se acurrucan y miran juntos al futuro.
Lo cotidiano es el olor que tiene cada mar.
Los mismos oceanógrafos lo dicen: –Los coños distraídos y las lunas que
inundan los pentagramas y los pergaminos dan forma e inmensidad al universo.
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