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martes, 17 de mayo de 2022

A las seis de la tarde de un lunes con dislexias. XLV

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XLV

Hola desesperanzas
que al desayuno forman
en fila de a uno,
contra mis despedidas,
conspiraciones
a chocolates con nata.

miércoles, 4 de mayo de 2022

CAPÍTULO VI (Fragmento)

 

                                                         


 

                                                        CAPÍTULO VI  (Fragmento)

    Entiendo que quizá debiera pedirle perdón, pero taponándome los oídos, me alejo de su contorno e intento no escuchar las risas de todos aquellos que van dentro del vagón, y de todos aquellos que han visto igual que he visto yo, como después de la carrera, justo cuando ya iba a entrar, se ha cerrado la puerta dándole el cristal, literalmente en la punta de sus rojizas narizotas. Y como avergonzado y enrabietado, ha mirado a derecha y ha mirado a izquierda esperando que nadie le hubiese visto, ni nadie estuviese mirado, y así, seguidamente se ha liado a propinar tremendas patadas a las silenciosas papeleras; esas que por supuesto, eran en su cabeza, la misma cabeza del conductor que le había dejado tirado, cerrándole de golpe la puerta. Reconozco que yo hubiese hecho lo mismo antes de resignarme, igual que lo hacía él, a tener que esperar malhumorado al próximo convoy. Y aun así, a pesar de ver las cojeras del mundo y de llegar de refilón un hálito recuerdo de mi impureza, aunque mi contaminación sea lo que me ha traído hasta este lugar, no me considero como él, ni como ellos; sino que, por algún motivo raro, llego a verme y llego a valorarme, mucho más y mucho mejor, siendo ese, el principal motivo por el que tengo miedo a que me contagien su mal, y que así, con ese mal que sabe a tierra de ayunos y de olvidos, venga y se borre y desaparezca todo el entendimiento, convirtiéndose su hábito en debilidad. Sí, cuantas más posesiones tenemos, mayor es el desfile de imágenes vueltas hacia el interior de la fatiga y del miedo que se lleva dentro.

viernes, 3 de septiembre de 2021

HOMBRE CON HOMBRE de "Notateti"

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HOMBRE CON HOMBRE

Hombre con hombre,
claridades del alba
cuando se va sin dar las gracias.
Una luna se impregna de otra luna.
 
Poco me importa
lo que digan hoy,
a la vejez de mis bautismos,
los abrazos de algunas maldiciones.
 
El amor fastidioso de la gente normal,
los enfermos de las audiencias,
el ruido insoportable
de tanta creación.
 
Supongo que cualquiera puede ver
la parte cronológica
que baila cada noche
sobre esta alfombra de cenizas
a las puertas del alma:
un imperio asediado,
los lugares apócrifos
abriéndose de piernas
hasta esa inmensidad
destartalada a besos
como mi corazón.


viernes, 27 de agosto de 2021

DE DIEZ A MIL PUNTADAS de "RECETARIO DE LA LOCURA"

DE DIEZ A MIL PUNTADAS 
 
Una vez que salimos
del útero materno,
para todos había dioses,
con su ir y venir puesta,
de un modo peculiar,
los lunes la sonrisa.
 
Con la respiración al ritmo
de los dedos y las costumbres,
contra los bailes de las alas
visibles o invisibles
que rompen con su canto
el cielo caradura de la noche.
De la noche optimista.
 
Y por favor,
perdóname por no ser para ti
estrictamente asombro,
los días y los sueños,
las servilletas de papel
que limpian las historias.
 
El matrimonio, los bautizos,
el aire trasversal, que se me va
escapando lo mismo
que ciertas fechas
y ciertos brindis
y ciertas mejillas
perfumadas por el invierno
al viento del invierno.
 
Intento negociar igual que si pusiera
serpentinas de lluvia en cada amanecer
y luz entretejida en las fechas importantes.
 
Intento negociar
hasta el razonamiento,
refinados detalles
de un dios en calcetines.
 
Cada domingo en la tostada:
solo cuatro segundos
del cuento que te cuento,
frente a frente, sin obra, dos actrices,
tres relámpagos sin tormenta,
ese millón de notas
en las que alguien desvela
el principio de alguna insolación
con los mecheros del olvido.
 
Una vez que salimos
del útero materno,
queda tanto que hacer,
en los que miran solo,
detrás del, para nunca,
de los escaparates,
que es muy posible, que se den,
de diez a mil puntadas
por minuto al amor
para que nada cambie.
 
En los días de fiesta
hay dioses para todos,
algo en la luz que los distingue
por no tener escuela
y levantarse tarde,
por vestir diferente sus mejillas,
por ofrecer al hombre
hermosos nacimientos
y sus excusas.

jueves, 26 de agosto de 2021

UN REFLEJO EN LA LÍNEA de Pálpitos del tren que no vuelve

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UN REFLEJO EN LA LÍNEA 


Un poema para que sea un poema,

o asombro, o vaticinio;

no, no precisa de ninguna

explicación,

ni de ningún discurso,

ni precisa de ninguna disculpa.

 

Y mucho menos precisa de saltos mortales

si es mi voz, endiabladamente, casi perfecta,

la que atrapa suspiros de cielos indolentes,

y en los amaneceres de una línea

da libertad al verso y a la estrofa.

lunes, 31 de mayo de 2021

Cuando los días no cuentan





          Perdona las debilidades de este hombre maduro y viejo que soy, este anciano que ya no puede guardar silencio, este que va doblándose por las exigencias de los días, pero que, ahora que te lo cuento, siento que me vuelvo a encontrar en el mismo lugar, sí, en el punto exacto en dónde todo comenzó a tener sentido y comenzó a tener esa forma escandalosa de los muchos porqués de las lealtades que te dejan por debajo de las luces del arrabal. 





viernes, 21 de mayo de 2021

TALLER online DE POESÍA PARA MAÑANA Lección 1

 


LECCIÓN 1

GONZALO TORRENTE BALLESTEROS

                                        Prólogo a: La isla de los Jacintos cortados  

… Y sucedió también que terminé la novela a falta de una última frase, ese acorde final o ese epifonema tan recomendados por los retóricos, y por algunos otros de los muchos entendidos, para que la cosa quede redonda y respetable. Pues, tampoco se me ocurría, y esta es la hora, ya la novela en la imprenta, en que le falta la frase final, y lo más probable es que aparezca sin ella. Pero, como a veces acontece, dos nociones, temas o sucesos que nada tienen que ver entre sí, lejanos y distintos como constelaciones, en la imaginación se aproximan (¿se abarloan, quizás?), y del roce o del choque salen nociones nuevas, imágenes inesperadas, metáforas útiles, o tal vez completamente inservibles. Yo estaba leyendo la traducción gallega de los Sonetos a Orfeo, de Rilke, hecha por un paisano mío, el señor Tobío, que salió muy bien del apuro, que salió brillantemente; y lee que lee, me tropecé con un verso (no puedo citarlo con precisión porque el libro se me quedó en Galicia) en que dice o habla de «un lecho en el oído». ¿Voy a mentir diciendo que lo encontré acertado? Pues, no. No la traducción, que es fiel, sino la imagen del mismo Rilke, que a mi sentir no anduvo con gran fortuna en ese instante, ¡caray!, un lecho en el oído, no hay modo de imaginarlo. Inmediatamente se me ocurrió la corrección, lo que hubiera levantado el verso: un lecho en el olvido. No es porque se me haya ocurrido a mí, pero lo encuentro bastante aceptable, de verdad sugerente. Un lecho en el olvido. Dice algo de por sí, y, combinado con cualquier otro sintagma más o menos de la misma calaña, puede significar mucho. Pero, al menos en aquel momento, no se me ocurrió ponerme a la invención de ese sintagma complementario, sino que descubrí, o comprendí, que semejante frase, un lecho en el olvido, pudiera relacionarse con algunos aspectos de mi novela de amor, donde no hubo lecho y hay olvido, y, oportunamente redondeada, servirme de epifonema o de acorde final, conforme a mí ya resignado propósito.

Y aquí fue cuando se operó la relación, el choque eléctrico, el relámpago, a que antes me referí: sin que para nada interviniese mi voluntad, la palabra abarloado emergió de sus abismos, quizá marítimos, quizá meramente poéticos, desplazó al lecho de su situación de privilegio, y me ofreció una nueva frase: abarloados en el olvido, que, de momento, me deslumbró, ya que me hallaba ante una metáfora bastante más compleja que la de origen, bastante más luminosa, en la que abarloados bien podía referirse al Narrador (de esta novela) y a Ariadna, con lo cual la idea de lecho no quedaba del todo abandonada, sino aludida: y si es cierto que el otro miembro permanecía, el olvido, la nueva imagen lo enriquecía considerablemente al quedar implícita la comparación con la mar, que es donde los buques se abarloan, y hace por tanto al olvido, como ella, inmensurable, inagotable, y, si alguien lo recuerda, toujours recomencée. Quedé como de un susto, ante este mi jamás sospechado talento lírico, pero comprendí inmediatamente que, así como estaba la frase, el resultado de aquella intuición no me servía de nada, salvo de incomunicable satisfacción personal, bastante modesta por otra parte. ¿Cómo cerrar un libro colocando al final, así, aislado,

¿Abarloados en el olvido?

Ahora sí que se puso a funcionar mi imaginación, más de prisa de lo que yo hubiera deseado, y en su ir y venir recorrió las varias fórmulas posibles con el abarloe y sin él: escribí, por ejemplo (y fue una vuelta atrás):

Acuéstate en mi olvido y vive allí,

que no me gustó porque excluye al Narrador (o se excluye), lo que empobrece el sentido, reduce el olvido a sus límites y deja fuera al abarloe.

Se me ocurrió también:

          Abarlóate, Ariadna, en mi olvido, y vive,

que prescinde también del Narrador y, en último término, usa indebidamente el abarloe, porque éste requiere de dos barcos, al menos, o de dos cuerpos. Otra de las etapas fue:

Abarloados en el olvido, Ariadna, viviremos,

lo cual es una especie de carabina de Ambrosio que tampoco resuelve nada, que nada cierra y nada solemniza. Y como las ocurrencias posteriores no mejoraron ninguna de éstas, acabé temiendo que ese final apetecido se me escapase, no sé ahora si era inasible o inasequible, como ciertos fantasmas, y ciertos modos de amor. Hasta que, al fin, algo se me insinuó y con algo pude redondear el párrafo postrero, cabal remate, nota caliente y convincente de este embarullado conjunto, algo de orden, quiero decir, aunque sea a la despedida. Pero, una vez escrito, pienso con verdadero espanto si esas palabras no serán mías, sino, todo lo más, otro verso de alguien, modificado. ¡Ah, si fuera capaz de recordar todos los versos que he leído...! Para no disparatar más vuelvo a lo dicho, el orden, el final: dice «forma» quien dice «orden»; dice «final» quien dice «redondeo». Prácticamente toda narración puede ser infinita, igual que amorfa, como la vida. Darle un final, darle una forma, es la prueba más clara de su irrealidad. Por tanto, ¿para qué enredarnos más en elucubraciones? Como irreal te la ofrezco, que es a lo que intentaba llegar. Y tú verás.

  

                                                  LA ILUSIÓN DE UN VIAJE          

 

                       La tarde que venía deslizándose contra la voluntad y la memoria de su hermosura, suave como una meditación; sí, esa tarde que, por lo general trae alguna sorpresa de miel de abeja que ha ido de amapola en amapola, siempre nos sorprendía muy juntos.

                        Hubo un instante en el que incluso, a pesar de todo lo que pudiese parecer y aparentar, estaba muy claro el motivo por el que siempre quedamos a las puertas de los hoteles de cuatro y de cinco estrellas, y no, qué va, no era para despistar, sino para que así pareciese que no dejábamos nunca de entrar y de salir, y que veníamos e íbamos haciéndonos, de esta manera a la idea de que siempre estábamos viajando. Pero no, no te enfades por no confesar la verdad. No, no, sí, claro que yo ya sabía que tú lo sabías. ¡Claro que tú ya la sabías! La verdad que siempre tiene infinitos senderos te puede confirmar que jamás salimos del barrio; sobre todo, al principio, por mi trabajo de terrorista, luego por mis enfermedades, y por mis borracheras, y por mis enfados, más tarde por mi amargura general al lado de mi amigo “el fantasma del mercado”, el mismo que me guiaba por sus puestos y me mostraba sus “delicatesen” a la hora de invitarte en la mesa desconchada de la terraza al mejor de los restaurantes

                        Y al final, casi, casi rozando ya la meta de las apuestas a la vida, y a la madurez de todos sus contornos, apenas dos pasos después de haber comenzado a morir en nuestras andaduras, a la hora de esta vejez excesivamente cierta, o excesivamente incierta; como si nunca llevásemos, o llevásemos siempre puesta la ropa interior de Victoria's Secret, esa que, para el caso, partiendo de las estadísticas de los más allegados y los menos, ¿a quién puede o no importar una segunda sugerencia? Una que nos desafíe, o que nos imponga, o que nos certifique, y nos guíe hacia esa sorprendente excitación alcanzable o no, esa que siempre trae consigo las mentiras de los rastrillos, y las de las tiendas nuevas, las de los todo a cien, sí, de esa ropa interior de la que nos vestimos la gran mayoría. Excitante, sí, sí, también excitante.