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desmesuradamente,
después de un aguacero,
al ventanal de la aurora en tus muslos.
Sí, acabo de llegar
al asilo del pubis que inventa la ternura
aquí, donde es probable que no vuelvan
a nacer en la noche
los pájaros de tu sonrisa.
Acabo de llegar
y tú te has ido,
y tu viento y tu voz
hasta asfixiarme,
se han agolpado,
de pronto, afuera.