Vistas de página en total

lunes, 25 de febrero de 2013

ALIEN DORMITANDO EN MIS COSTILLAS



Aquí no hay bestias que nos resulten llamativas,
ni en los folletos de la propaganda
del buzón, promociones de reales casamientos,
ni en las cartas del banco adormideras
que eclipsen a la luna,
ni en los viajes de la tercera edad,
donde parece que no hubiera
debajo de la alfombra
montañas de secretos
y polvo acumulado,
resignaciones, renacimientos,
algunas chicas próximas a festejar abrazos,
ofertas de amor en el Titanic de los sueños.

Y es mi calvicie cada día más acentuada.
Y mis ojeras y mis arrugas y mis bostezos
y mis lamentaciones que son como animales
de este pánico que nació conmigo.

Francamente carece de importancia
quién o qué sea lo que altere
este o ese criminal de un mismo amanecer
dormitando entre mis costillas.

Desde la incubadora.
Desde el principio de los tiempos,
tras pasar por la caja del sándalo arrogante,
se disculpa cualquier atrocidad
prisionera que pinte contorsiones
con los gusanos que me comen hoy desde dentro.

martes, 19 de febrero de 2013

LOS DIOSES AMANTES



Poco antes de morirse como el sol
decapitado por el baile de las distancias,
muchos hombres cocinan igual que los gobiernos,
manojos aburridos de obviedades
con castañas junto a la estufa,
y reviven los días hechos de bibliotecas
de cómic de vaqueros de reciclaje.

Me voy a morir igual que los abusos
de siempre repetidos en tu existencia diaria,
igual que muere el canto monoteísta
de la serpiente,elástica montura
en los dioses amantes, en la ropa interior
hecha de lunes y de anatomía.

Siempre me parecieron los jueves concurridos
esa continuación del universo
de la chica que me pone la mesa,
la que de pronto va y se me subleva,
harta de tener que subir
todos los días del supermercado.

miércoles, 6 de febrero de 2013

MUSEO DEL PRADO



Pintura de Maripolius

Hay cientos de secuencias fotográficas
sobre la superficie de tu semblante humano.
Mis calzoncillos siguen en el alfeizar de tu ventana.

Vamos a ver si te puedo besar
apasionadamente antes de Cristo,
cuando se calan todos los sombreros
después de los diluvios,
al sur de la inocencia,
debajo del paraguas de las constelaciones
ahora que nadie mira las figuras del lienzo.

Hay demasiadas tardes y brindis contra el mundo,
y entre las unas y los otros,
pocas conversaciones,
tan pocas que al cumplir los veinte
suponiendo que vayan a llorar de alabastro
mientras ondean sus cabellos
ya se conocen todas

Hay muchísimos párpados cerrados
para el olvido de las muchedumbres
y caderas perfectas con las formas de espuma
que tienen casi todos los comienzos.

Vamos a ver si te puedo besar
estos treinta minutos que dura el bocadillo,
la resaca del hombre hasta doler,
la inmensa superficie del enigma.

Sospechosas, del todo sospechosas
oigamos las disculpas,
de este miedo que exhibe en la azotea
más de dos mil años de continuidad,
el monólogo solo y roto
en la montaña dónde por su inmenso destino
se escuchan sus cuatro tonterías,
las superficies cálidas de los almohadones,
el color evangélico, adolescente y libre
de su naturaleza empapado de alcohol.

¿Para qué alumbrar la calle del sueño,
para qué descifrar su origen,
la manicura del otoño
el tenue rastro de las pinceladas?
¿Cuáles son los efectos de tantos compromisos?

Dame por favor un momento,
un lugar sin colores blancos,
solamente un instante pensativo
para ser inmortal:
un pastillero y su sorpresa.

Vamos a ver si te puedo besar
sobre esta nieve de las cumbres viejas.

martes, 15 de enero de 2013

SWAHILI = SAFARI = VIAJE = AVENTURA




Desde los ojos del guepardo, al otro lado del mundo, se reflejan en miniatura miles de sombras sonrientes. Son pequeños seres desnudos que, por unas pocas monedas, nos llevan el equipaje. Nada que objetar ante tantos antiguos misterio como se aclaran a la hora de buscarse la vida, Son igual que éramos nosotros con el tesoro terrestre de la niñez: esponjas en una cabaña de barro, absorbiéndolo todo. Viéndolos, mi cabeza se llena de recuerdos y mundos y juegos casi olvidados 

Desembarqué a las siete de un rosa continuo, justo en la mitad de un agosto viajero, dentro de los límites del programa turístico. Llegué en el vuelo procedente de Madrid. Cansado, muy cansado, sin ganas de nada que no fuese acostarme, sin ganas, ni tan siquiera de pensar. Y, sin embargo, apenas puse un pie en el suelo, las abismales diferencias, con respecto al mundo, que horas antes, había dejado al otro extremo, avivaron todos mis sentidos, hasta conseguir, hacer, que algo dentro de mí, cambiase.

La gran mayoría de la gente que me cruzaba era de una oscuridad brillante, de cuerpos, de estrellas, de noches casi desnudas. Los menos, los que cubrían su figura con ropas de unas cuantas manos, se mimetizaban tanto, que parecía que era como una prolongación de su piel, de fiesta, de continua fiesta, después de que la lluvia se engalanara de arco iris. Mi guía, apenas un adolescente, se movían con ligereza cargando con la ilusión de mi macuto, unos cuantos sueños y días y vidas. Unas sandalias de animal salvaje cubrían la planta de sus pies.

Aquí, en la distancia de la civilización conocida, las transacciones son rápidas y escuetas, tanto que, a las dos horas, estaba protegido del sol, debajo de una red de camuflaje, que extendida entre dos pilastras, entre dos árboles secos, entre muchas inconveniencias, me dejaba observar, del mundo felino de los guepardos, casi todos sus misterios, casi todas las motas negras que salpican el rubio tostado de su pelaje. Así, desde tan cerca, resultan distintas y atrayentes, como un kit-kat del todo imprescindible para descansar de la rutina. A mi lado, siempre observador e informativo, siempre amable y servicial; se encontraba mi guía y el brillo de la impaciencia acelerando mi corazón. 

En el cristal de los prismáticos, un macho y una hembra, entretenidos y animosos negociaban la fórmula secreta del enamoramiento, el contrato, la distribución correcta de los besos, los quehaceres de la vida diaria. Ellos, nos observan, mientras les observamos. En ocasiones, cuando por casualidad coincidían nuestras miradas, instintivamente, viéndolos tan cerca, sintiéndolos tan cerca, tenía que apartar los ojos, avergonzado por invadir su intimidad 

De improviso, aparecieron ante nosotros por distintos senderos, otros tres guepardos: uno supuestamente vino de la sombra de la sierra que había hacia nuestra derecha, el otro llegó sin duda, de la corriente suave del río en el vado y el tercero apareció como de la nada, pues nada parecía que hubiese más allá de los árboles gigantes: esos tan característicos de todas las fotografías que cuelgan en las agencias de viaje: ellos solo ellos y detrás, el sol abandonándonos. Bueno, miento, en esta ocasión, se encontraba justo arriba de nosotros, en las mismísimas calderas de la creación. Después de unos instantes de conversar, acaso sobre la manera de cómo actuar, todos se han puesto en movimiento: planta atlética, cuerpos estilizados, maneras señoriales, en apariencia, tranquilidad absoluta y calma, mucha calma. A lo lejos, en la distancia, aparece una manada de gacelas, como un plato exquisito, como un reto extraordinario, como una tentación y una necesidad. Cada cual sabe lo que tiene que hacer, sabe que parte del trabajo le toca realizar, sabe hasta dónde llega su compromiso. 

Tras la carrera de obstáculos, el esprint; el último esfuerzo, luego el zarpazo de la su uña hiriente en la nalga de la gacela, casi al instante, se abalanzaron todos contra ella y ya no pudo levantar. 

En la pelea, he vuelto al principio de nuestros ancestros, en los actos amorosos del guepardo he oído la voz y he visto la luz de esos niños desnudos y sonrientes. Por la misericordia de mi guía vuelvo de la otra realidad de un safari de sueño.


lunes, 24 de diciembre de 2012

citas DESDE EL FONDO DEL VERSO



En poesía, al ser la repetición en cualquiera de sus extensiones, uno de los principales apoyos, la mera repetición de ideas, es poco recomendable, motivos por el cual son mayoría los versificadores y escasos los poetas.

martes, 4 de diciembre de 2012

DISPUESTOS PARA LA COSECHA





En esta edad en la que predominan las dudas
y se prohíben los wiskis al sol de las terrazas,
insisto en que se quede la luz entre nosotros,
que todo vuelva como siempre a ocupar su sitio,
aquí donde las olas giran
exactamente como los ancianos,
con sus torpes tibiezas
ante una taza de café:
por supuesto, sin churros que se abracen
ni taponen las venas con su colesterol.

Os querría decir, cumplidos muchos años,
que significa la paciencia,
pero yo que jamás necesité estilistas
para desnudar mi alma,
ya no la tengo.
Ni tengo alternativas que perfumen la noche
cuando cierro mis párpados.
De todos modos, tal vez si me quito la máscara,
pueda sentarme aquí contigo
y probar el sabor de los largos tropiezos
de las conversaciones,
frente a frente, esa luna que nos llena.

Muy cerca de los muros de occidente,
ya no sirven de nada las buenas malas formas
de aquel romanticismo
atragantado en nuestra adolescencia.
Ni las sinuosas líneas del cuerpo femenino,
ni las constelaciones,
ni esa oquedad perenne de la boca
por donde escapan los grandes proyectos:
damajuanas con flores moribundas
y un estilo de vida que asentado en el lujo,
aún queda por pagar,
la casa, el coche, los hijos y los nietos,
el hombre y la mujer que discuten afuera
como decirse adiós.

En las habitaciones de cualquier país lejano,
aún se conservan los rescoldos
de lo que siempre fuimos,
soliloquios de amor con pajarita,
abanicos que se desdoblan y se repiten
alrededor de la vejez,
niñas de sombra y nada,
que hacen que uno se piense demasiado las cosas.

Vengo a entregarme.
Oídme, a intercambiar tus viandas
por mis ausencias
imposibles en fuga de la fragilidad,
del pulso donde muere el pensamiento,
de este dolor que es una deuda
y todo lo que toca son cosas necesarias.
Desvísteme que soy culpable
de todo lo que hicimos por no causar dolor.
Abundante de ideas y de ensayos,
siégame sí, que ya estoy totalmente maduro.

miércoles, 10 de octubre de 2012

LA INMORTAL REFLEXIÓN DE UNA OCURRENCIA





A veces nos sucede que al margen del incendio,
existen otras manos que tienen vocación de ajedrecista,
de sombras al galope de algunas mansedumbres
de camellos que beben whisky con piano y Coca Cola.

Sí, la verdad de la leyenda urbana
es una fruta que se licua
en esas Minipimer de la noche,
que se entrega y se bebe sin manual,
que me despista y nos despista siempre.

Mi deber es decir los desaciertos.
Vestir la fiesta en hora punta,
disimular con perfumes
las diferencias que hay entre nosotros.

Es conveniente
que escriba con el humo
del tabaco de liar,
la óptica blanca del lenguaje,
el estrépito de las plumas
detrás de los estores
la inmortal reflexión de una ocurrencia.

Sí, a veces se produce en la noche ese sonido
exacto e impertinente del amor,
ese donde, sin duda, nace todo
con un tic-tac de ochenta o noventa años
de abstinencias de sombras
de un dios ocupadísimo.