Se nos ve extraños, más que nada
junto a la oscuridad dormida
y sin límites del olvido.
A punto de morir a los noventa,
aprendemos idiomas.
Somos los descendientes
de una mañana rota,
como las gomas de sabores
que convertimos en pájaros,
viniéndose a posar una y otra vez,
en el mismo bostezo.
Amantes de confeti y despedidas.
Y la luz escapando
de las piernas abiertas,
vuelve siempre al exilio.
Amigos personales
que hacemos en
low cost,
al rebufo de la sabiduría,
kilómetros de asombro.
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