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viernes, 29 de julio de 2016
III La Metáfora desde Pálpitos del tren que no vuelve
En Paso a paso, rutina y ritmo, la metáfora es un tropo espontaneo e impredecible que se acerca quebrándolo todo desde ese mundo de la palabra elefante, hasta los abismos del miedo, dónde con “las huellas que deja” adquiere sin duda, su máxima complejidad y esplendor, para después reposar frágilmente justo allí donde se junta el cristal con la madera y reactivar así, la parte dormida del intelecto, creando “huérfana del alma eucarística de las cosas”, algo nuevo que antes no existía.
Al ser la metáfora una figura que basa su existencia en la relación que hay en la mente de aquellos que están predispuestos a encontrar las semejanzas entre los términos “del verso de tanteo que abre las puertas”, las palabras “de ausencias que atraviesan mi vacío”, las ideas “que sellan los labios”, extendiéndose mucho más allá del infinito imaginable “de un suplicante acorde; de ayer, de platos sucios que se pelean hoy en mi cabeza”, los aliados de ocasión “de esa frivolidad que cruza el ojo y etiqueta las formas del silencio”, desconocidos hasta ese instante en que se mueven, de una realidad a otra supuesta, ficticia, irreal, aventurera “en los días de fiesta, en ese juego que alarga las formas del tránsito del alma al diluvio”. Como decía, al ser la metáfora todo lo anterior, su cometido es el de estimular nuestros puntos sensibles por medio de la imaginación en una especie de simbiosis o nupcias entre lo que hay y lo que se crea, “una gota que viene y adquiere sin proponérselo dimensiones fecundas”, porque nada de lo pasado es decisivo, lo decisivo es lo que nace y lo que queda por nacer y así, cuantas más diferencias existan entre nosotros, mucho más eficaz será ese nacimiento, “que invisible, recicla de memoria otro día”.
miércoles, 27 de julio de 2016
II La Metáfora desde Pálpitos del tren que no vuelve
En el tiempo sin tiempo la metáfora, puede detenerse y al abrirse, respirar de las palabras su frescura, “o el resplandor de sus rituales” “el instante informal en que se apaga el cirio y la sorpresa” “el sumiso diluvio de los ojos”. Puede pasar como si fueran días, años, siglos o épocas distantes, “que se transgreden y se distorsionan como un absurdo que suena a destiempo”. Puede contraerse o alejarse y mostrarnos el todo o la nada de los espacios primeros y segundos peldaños y peldaños sucediéndose con matices distintos, “en el tiempo sin tiempo todo consiste en ver y eternizar un soplo” Puede susurrarnos en la intimidad, “en lo imposible de las cosas” o hablarnos de una manera general y populista desde el interior del mismo verso, “como esos ojos que se lanzan desde las nubes cuando algo dentro se quiebra”, desde una palabra, “deprisa”, desde el poema entero, “ sigo sin alma”, adensando y contrayendo los instantes a voluntad del soberano lector, “igual que una envestida juvenil”
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lunes, 18 de julio de 2016
CARTA A UNA AMIGA de Pápitos del tren que no vuelve
lunes, 11 de julio de 2016
RESEÑA a Pálpitos del tren que no vuelve. Mentodicles Redimo
Particularmente, a estas alturas o profundidades del cómic de la historia; del paso a paso por la calle o los caminos que van al cementerio; me importa un bledo lo que cada uno haga con su vida, lo que piense o no piense de: Pálpitos del tren que no vuelve, o De todo lo que no se pierde, o de Consonancias de la voz, o de Un cuántico aleteo en la boca, o de Bobilongos y churrilungas; o de Recetario de la locura, o de Notateti, o de Cuando se lanzan los cuerpos desde la terraza. Para ver qué sucede, o de Inventarios del miedo, o, De Amor y de vida qué por supuesto, podéis encontrar en Amazon o en vuestra librería habitual, pero, claro está, sabiendo siempre y teniendo presente que ni dedico, ni firmo, ni os pienso hacer el menor caso, que solo por necesidad pregono mi agonía, esta que os voy a contar entre dos y tres circunstancias de mi humor palentino, este que ni tan siquiera yo, en muchas ocasiones, entiendo.
En Pálpitos del tren que no vuelve, vais a encontrar otra cosa, otro universo, otra poesía. Eso, muchos de vosotros ya lo sabéis, para los demás, puede ser algo bonito, este ir descubriendo como se suceden todos sus entramados, o puede ser una cruz que abandonéis en mitad del recorrido. Algo tan distinto y diferente a lo que el mundo poético os tiene acostumbrados que, acaso, no seáis capaces de llegar a contemplar toda su arquitectura. No, no es una poesía lineal, ni tampoco llega a ser continua del todo, sino que se divide el libro en tres partes claramente diferenciadas por los versos y sus respiraciones: la primera, abriéndose “En el tiempo sin tiempo” va presentando poema a poema las dudas del protagonista, “solo en la cama” “me atrevo a proponer una discordia” “entre dos estaciones, frente al mundo” “la piel de una tormenta en un gesto de revista”. Acribillado por la furia de un mundo cosquilleante, se acerca en ocasiones con un metalenguaje claro al Facebook de su psicólogo, aprovechando la paz interior de los conventos mentales que toman forma en el cuarto de baño, en el salón, en la habitación o la cocina.
La segunda parte, psicológicamente dañada por el común denominador de los golpes instintivos del hombre con la sociedad, proporciona el título: Pálpitos del tren que no vuelve y que, por una serie de particularidades no escritas, se abre con unos versos de los maestros: Laureano Alban y Julieta Dobles. Y como si intentase sanar al mundo, “En la cocina el hombre nace a otra dimensión” donde “Si la humanidad muere al otro lado del mapa: aquí, no pasa nada” todo sigue fluyendo, movido por las cuotas de interés de los que mandan, según en qué peldaño de la escalera se encuentre cada uno. Y la tercera, el epílogo que debió de ser el prólogo, habla del consentimiento de un crimen que se recicla y se llena de letras, del árbol del papel de la mesa en mi oficina, de cómo y cuál será el valor de uno, según los amigos que tenga.
Desde Pálpitos del tren que no vuelve, se pensó romper con el estatismo de las formas y dialogar con la lengua desnuda y cotidiana de las primeras personas, esas que viven en los poemas interiorizando ornamentalmente sus propias manifestaciones, pero como independiente que es el verso, liberándose del poeta, por una vez, dijo este verso lo que le vino en gana.
En Pálpitos del tren que no vuelve, el mundo exterior funciona por las reseñas que
describen como se mueve en autobús, más allá, mucho más allá del inventario de
los niños y las cosas que adornan su carrito de paseo, unas y otras
circunstancias, siendo por derecho el verso impar el que predomina en su
estructura. "La mentira añorada en la agenda del poeta: es la mentira
rota."
Pálpitos del tren que no vuelve, para que no se quede nadie fuera, juega con las
cargas de las vivencias profundas de la brevedad semántica, con el valor
estético de la polisemia y la ambigüedad de las tramas poéticas, con unas
formas amaneradas en sus dinamismos a la hora de conjugar los versos. Desde
ayer las recurrencias infinitas de los lenguajes poéticos, del verso que
consiguió hilvanar toda una sucesión de instantáneas “de una espera y otra
espera boba en la estación que ahora escribo” ese lenguaje poético que ha de
revolucionar en el lector cada una de las neuronas capaces de hacerlos irse
vomitivamente o de satisfacción.
No se puede andar con medias tintas, a doce puntos y en Times
New Roman se indica la forma en la que se reavivan los versos: ritmo acelerado,
caricias, ideas y más ideas dinamizando el presente y el futuro de las
profundas conciencias. “Un poema para que sea…, no precisa ninguna explicación,
ninguna disculpa, ningún discurso”.
https://www.amazon.es/dp/B08VR8R1K9
Mentodicles Redimo
jueves, 7 de julio de 2016
Pálpitos del tren que no vuelve. Te sorprenderá
o esperando a la salida de agosto en internet o en septiembre en La Casa del Libro. Pero cómpralo, léelo y recomiéndalo
Pálpitos del tren que no vuelve, no busca preferencias por ninguna robustez, ni primeros, ni segundos platos, ni estilísticamente presenta intermedios, ni principios, ni finales que puedan ser tachados de interesadas complacencias. Es la poesía de los desdoblamientos, de la amplitud de los espacios, de la metáfora ilusión que va extendiéndose; desde los títulos que abren con un beso el regalo de unos poemas, hasta la sentencia que rubrican sus finales.
Pálpitos del tren que no vuelve, tiene mucho que ver con esa aproximación a los misterios de las apariencias de una apetecible fantasía que se abre al sueño huérfano de relaciones públicas, que a calzón quitado, como diría el maestro, salta al mundo, a ese mundo al que pretende hacer sangrar con el primer poema “En el tiempo sin tiempo” al que de forma natural y esperada, dan paso unos versos de Francisco Brines y otros de Jorge Guillen.
Sí, por mi parte creo a manos juntas en los colores del carmín de una ciudad que se hunde y resucita mientras pide a versos el socorro que traen los poemas, de amor o de guerra a las puertas de sus capillas. Y es muy posible que con Pálpitos del tren que no vuelve, mañana tengamos barbacoa de verduras en la cocina y que tal vez por ser ya tarde, por no pintar en la pared los desconchones de sus pensamientos, por darles o no darles, antes de que se quemen, una vuelta más a sus despistes, no alcancemos a descubrir, la forma interior del aprecio de las almohadas, ni esa honestidad por la que hoy, se podría discutir sobre su extensión abarcable, o no abarcable, casi casi de la misma manera que con el espectro íntimo que cubre un tanga, pero no, de cómo han de llegar en él los besos.
viernes, 1 de julio de 2016
Pálpitos del tren que no vuelve
sábado, 4 de junio de 2016
UN CUÁNTICO ALETEO EN LA BOCA
Me puedes leer comprando el libro en Amazon
No me preguntéis por qué, pero, UN CUÁNTICO ALETEO reproduce las distintas visiones en las que se enreda mi cabeza ante las mismas o parecidas circunstancias por las que pasáis vosotros, tres o dos minutos, después de ir a la cama.
Los juegos del ritmo de las palabras y momentos que lo han ido dando forma, pertenecen, inquietud tras inquietud, a esos detenidos instantes de unos cuantos mundos, que nos invitan a recorrer desde los pasillos musicales de la casa o del metro, la inmensidad o insignificancia que se pinta en un segundo de abstinencias, pero siempre, desde puntos de partida o de llegada, distintos.
En UN CUÁNTICO ALETEO, si queréis podéis llorar cuando suena un despertador, un teléfono que atosiga por no tener las monedas de Judas o Caronte, una realidad que se mueve con los sentimientos del semáforo. Si lo deseáis podéis optar, por las genuflexiones de mangas borrachos, o por ser, una brizna de luz distraída de ausencias. Podéis participar con todo lo que os propongáis, pero no me preguntéis por qué para esconder el rubor, mientras digo que te quiero, se mira a la luna, ni me toquéis mucho las canicas que me muestran en su interior figuras con corazones de agua, ya que aunque mi cabeza sea joven, mi cuerpo está tremendamente cansado de ver y sentir la inutilidad de tantos esfuerzos, y sí, sí, no aguanta nada.
En Un cuántico aleteo espero, como buen esclavo, el veredicto rojo del Smartphone. Las formas nuevas de sorprender al amor, Los distintos manojos de flores con las que te voy etiquetando.