Particularmente, a estas alturas o profundidades del cómic de la historia; del paso a paso por la calle o los caminos que van al cementerio; me importa un bledo lo que cada uno haga con su vida, lo que piense o no piense de: Pálpitos del tren que no vuelve, o De todo lo que no se pierde, o de Consonancias de la voz, o de Un cuántico aleteo en la boca, o de Bobilongos y churrilungas; o de Recetario de la locura, o de Notateti, o de Cuando se lanzan los cuerpos desde la terraza. Para ver qué sucede, o de Inventarios del miedo, o, De Amor y de vida qué por supuesto, podéis encontrar en Amazon o en vuestra librería habitual, pero, claro está, sabiendo siempre y teniendo presente que ni dedico, ni firmo, ni os pienso hacer el menor caso, que solo por necesidad pregono mi agonía, esta que os voy a contar entre dos y tres circunstancias de mi humor palentino, este que ni tan siquiera yo, en muchas ocasiones, entiendo.
En Pálpitos del tren que no vuelve, vais a encontrar otra cosa, otro universo, otra poesía. Eso, muchos de vosotros ya lo sabéis, para los demás, puede ser algo bonito, este ir descubriendo como se suceden todos sus entramados, o puede ser una cruz que abandonéis en mitad del recorrido. Algo tan distinto y diferente a lo que el mundo poético os tiene acostumbrados que, acaso, no seáis capaces de llegar a contemplar toda su arquitectura. No, no es una poesía lineal, ni tampoco llega a ser continua del todo, sino que se divide el libro en tres partes claramente diferenciadas por los versos y sus respiraciones: la primera, abriéndose “En el tiempo sin tiempo” va presentando poema a poema las dudas del protagonista, “solo en la cama” “me atrevo a proponer una discordia” “entre dos estaciones, frente al mundo” “la piel de una tormenta en un gesto de revista”. Acribillado por la furia de un mundo cosquilleante, se acerca en ocasiones con un metalenguaje claro al Facebook de su psicólogo, aprovechando la paz interior de los conventos mentales que toman forma en el cuarto de baño, en el salón, en la habitación o la cocina.
La segunda parte, psicológicamente dañada por el común denominador de los golpes instintivos del hombre con la sociedad, proporciona el título: Pálpitos del tren que no vuelve y que, por una serie de particularidades no escritas, se abre con unos versos de los maestros: Laureano Alban y Julieta Dobles. Y como si intentase sanar al mundo, “En la cocina el hombre nace a otra dimensión” donde “Si la humanidad muere al otro lado del mapa: aquí, no pasa nada” todo sigue fluyendo, movido por las cuotas de interés de los que mandan, según en qué peldaño de la escalera se encuentre cada uno. Y la tercera, el epílogo que debió de ser el prólogo, habla del consentimiento de un crimen que se recicla y se llena de letras, del árbol del papel de la mesa en mi oficina, de cómo y cuál será el valor de uno, según los amigos que tenga.
Desde Pálpitos del tren que no vuelve, se pensó romper con el estatismo de las formas y dialogar con la lengua desnuda y cotidiana de las primeras personas, esas que viven en los poemas interiorizando ornamentalmente sus propias manifestaciones, pero como independiente que es el verso, liberándose del poeta, por una vez, dijo este verso lo que le vino en gana.
En Pálpitos del tren que no vuelve, el mundo exterior funciona por las reseñas que
describen como se mueve en autobús, más allá, mucho más allá del inventario de
los niños y las cosas que adornan su carrito de paseo, unas y otras
circunstancias, siendo por derecho el verso impar el que predomina en su
estructura. "La mentira añorada en la agenda del poeta: es la mentira
rota."
Pálpitos del tren que no vuelve, para que no se quede nadie fuera, juega con las
cargas de las vivencias profundas de la brevedad semántica, con el valor
estético de la polisemia y la ambigüedad de las tramas poéticas, con unas
formas amaneradas en sus dinamismos a la hora de conjugar los versos. Desde
ayer las recurrencias infinitas de los lenguajes poéticos, del verso que
consiguió hilvanar toda una sucesión de instantáneas “de una espera y otra
espera boba en la estación que ahora escribo” ese lenguaje poético que ha de
revolucionar en el lector cada una de las neuronas capaces de hacerlos irse
vomitivamente o de satisfacción.
No se puede andar con medias tintas, a doce puntos y en Times
New Roman se indica la forma en la que se reavivan los versos: ritmo acelerado,
caricias, ideas y más ideas dinamizando el presente y el futuro de las
profundas conciencias. “Un poema para que sea…, no precisa ninguna explicación,
ninguna disculpa, ningún discurso”.
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Mentodicles Redimo
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