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martes, 7 de agosto de 2012
CATILINARIAS
No es extraño que me persigan.
Mis ojos lo ven todo con ese desencanto
que les viene mordido a las historias del ayer.
Mi dedo les señala, mi voz se lo recuerda.
Yo no soy nadie y soy todas las cosas:
un misterio que se columpia de este planeta,
un cuerpo que al quemarse contamina.
Transformado mi espíritu,
revoltoso e ignorante,
Carmen de lunes
me dispongo a saltar
con parapente desde las cornisas.
Sin aspavientos, sin esperar nada.
A buen seguro,
envuelto en mis andrajos
tendría que haber dicho
todo lo que yo sé
de esas ciudades que se inventan
viejas sentadas gotas
a las que nunca fui en low cost.
Sus monumentos piden la palabra
tal vez para exponer su historia,
hecha al gusto de los turistas
y ocultar así los huesos que hay
debajo de sus piedras:
volcanes inactivos,
los ojos y las manos de los hombres,
las huellas de las lumbres
que ayer nos calentaron.
Sus calles cuentan día y noche
los secretos, secretos de todos los vecinos,
esa sensación que va de su sombra al infinito
personaje mortal que hace de guía
A sus muros creciendo como yo me pensaba
les gusta sentir el sol de la tarde,
dando con fuerza en el costado
de las preocupaciones,
de ese albañil que juega una partida
con los nombres de los que ya se fueron.
No es extraño que nadie quiera resucitarme,
que me marginen, que me destruyan.
Represento ese pasado que se debe olvidar
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