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martes, 25 de febrero de 2020
POLIFEMO Y GALATEA XXXIX
viernes, 31 de enero de 2020
Reseña a: INVENTARIOS DEL MIEDO por Mentodicles Redimo
¡Sorpresa, sorpresa! Con "Inventarios del
miedo" Maximiano Revilla vuelve a ser capaz de hostigar, sin ninguna clase
de miramientos, nuestra bien amueblada cabeza. Vuelve a ser capaz de abofetearnos e
incitarnos a reavivar nuestra insatisfecha capacidad de asombro hasta hacernos
dudar de cuál será o no será la voz del verso que nos propone. Me comenta, con una sonrisa boba
de satisfacción mientras pasa hambre, que, los cuatro lectores suyos, esos seres
inquietos que lo siguen desde el principio de los libros, esos fieles, fieles,
se lo merecen todo, todo. Y tal vez sea por ellos por los que, en esta ocasión,
para desnudar a su personaje poético utiliza el verso inquisidor, el verso
corto y limpio y sencillo y disparatado, así como la imagen extendida y
abundante, y la metáfora alejada de toda estilización: “¡Qué va!, no soy
entomólogo, / ni personaje que cante o que baile, / al pausado estilismo de la
tierra, / sus pesadumbres y sus radiaciones. / No, ni soy embajador / más allá
del dominio de mi casa.”
No, seguro que no hay nada que se adapte más o se adecúe menos a lo que el mundo poético os tiene acostumbrado, que estos versos que nos acerca desde "Inventarios del miedo", siendo esto así, porque dentro de este capitalismo lingüístico e independiente de culturas generales y globalizaciones contundentes por las que nos ha tocado caminar, “Inventarios del miedo” es una sucesión de aplastantes y sonados vencimientos que, como poco, van a ir curando sus llagas a lo largo de todas las páginas con las que se nos crean bolas que juegan en el estómago, y no, que va, no es que me lo invente yo, sino que es él quien nos lo reafirma y deja escrito: “No es que quiera vengarme, pero a mí me parece / que a la historia le falta efervescencia”.
Con “Inventarios del miedo” Maximiano Revilla vuelve a no espera nada, y acepta igual que Góngora ser proscrito de su tiempo, y teniendo seguro, y teniendo presente que, con sus versos, se aproxima el lector y lo apuñala otra vez con los ojos muy abiertos y la mente indiferente, justo a la misma altura, los unos de los otros, sobre todo y más que nada, porque “Solo cuando no fui capaz de revivir la llama / de los viejos volcanes en ti dormidos, / escogí confesarlo todo: / decir adiós a las sombras que dejan / en la pared los cuadros cuando se embalan, / recoger todos los trajes del tinte / y ponerlos en la maleta.” Sí casi apostaría que “Inventarios del miedo” es una confesión cuyo propósito final es hacer que todos esos miedos, “las arrugas de nuestra piel / al igual que los miedos / siguen siendo insistencias”, se vayan de su cabeza.
Sí, sí, Maximiano Revilla en “Inventarios del miedo” no me canso de repetirlo, vuelve a poetizar de otra manera, cosa que los que le seguimos, casi inconscientemente, lo estábamos esperando. Sí, Maximiano Revilla vuelve a romper y modificar hasta herir los clichés y tópicos de la poesía actual. Vuelve a intentar curarla de todas sus formas convencionales, ampliando, para ello, lo táctil y lo visual de los lugares comunes del mundo, ampliándolos tres o cuatro pasos por delante de donde hasta entonces estaban establecidos. Sí, alejando al verso de los tics generales, llevándolo hasta ser incomprensiblemente capaz de acertar a mezclar desde su contemporaneidad, pequeñas piezas rituales con verdaderos efectos clásicos “No, no supongo nada. / El miedo va detrás de mi retina.” Y experimentando con las transformaciones del alma y las distancias, nos viene a decir con estos versos ecfrásticos, cuán “Lento es el mundo y más su incandescencia, / aquí un interrogante de vértigos en fuga”.
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Mentodicles Redimo
domingo, 13 de octubre de 2019
"Desde el fondo del verso" ACUMULACIÓN, AMONTONAMIENTO, SINATROÍSMO O CONGERIES
Fray
Luis de Granada en “Los seis libros de la rhetórica eclesiástica o de la manera
de predicar” titula el capítulo referente a esta figura, como: DEL SINATROÍSMO
O AMONTONAMIENTO. pág. 343 Cap. XII. Y en él nos dice que: “Sinatroísmo, en
latín congeries y en español amontonamiento es una agregación o amontonamiento,
de muchas cosas, de que solemos usar principalmente, quando ponderamos y
amplificamos los asuntos” Sí, he de afirmar que, a mí, particularmente, me
gusta el amontonamiento de la luz desordenada, pero siempre muy limpia, como esa, la que llega en las tardes tranquilas hasta ti. Y es que, hay
demasiados instantes en los cuales el sinatroísmo me desborda, me aplasta y me
asfixia, lo mismo que ocurre cuando, inocente, Maripili comparte su lengua con
la mía; como sucede, en ocasiones, con el zumo de limón y sus descuidos, igual
o lo mismo que cuando nos entregan los resultados de las analíticas, esas
largas listas donde todos vemos como se marcan con asterisco aquellas negruras
que bien debiéramos iluminar.
Y no, ¡qué va!, las huellas de los ángeles invasores, los que vienen por los senderos psíquicos que nos marca el sinatroísmo, no tienen vergüenza; y yo tampoco, ¡ya lo digo!, puesto que nos llegan y llego nombrando una serie de meticulosidades, y de formas y de ideas, y de palabras, y de frases relacionadas entre sí, como si no tuviesen que despertar nunca. Todas agolpándose más que nada, y, sobre todo, a los costados de la insatisfacción de sus significaciones, esas que, sin llegar a salirse de los círculos del amor de los signos conocidos, ni llegar a entrar en las preocupaciones populares donde se restriegan y se amasan y viven en su casa de alquiler, nos impresionan. Sí, nos impresionan sin despeinarse, ni por un momento, ni por Dios, ni por los hombres, ni por las bestias, ni por nada de nada, ni por nadie que resulte afectado: ni en su bolsillo, ni en su salud, ni en su entrepierna, ni en el sueño, ni en su honestidad. Así, mientras afuera se van sucediendo los desprendimientos de este siglo XXI, aquí dentro, todo se dispone a la interpretación de una manera peculiar, solo para impresionarnos.
Sí, así, de esta manera, o de otras tantas como se podrían nombrar; las maravillas que proponen los juegos retóricos de la acumulación, o del amontonamiento, o del sinatroísmo, o de la "congeries" que, para el caso, a la hora de jugar a escondernos, todo viene a ser lo mismo; pues consiste todo en ir desfogándose al ritmo de los contoneos de las serpientes de la India, o del Pakistán insumiso. Todo consiste en amplificar los instantes ancianos en sus noches de amor; en consolidar cualquiera de las posibles traiciones, las necesarias, las que, como creadoras de musicalidades, meditativamente lentas, nos llegan, y nos llegan, y nos calan.
Porque sí, ya os lo digo, la "congeries" es un engaño manifiesto que, ordenando argumentos semejantes o delincuentes o partidarios, unos después de otros, pretendió destruir las expectativas colectivas del discurso y enviarlas a la tierra con la que se crearon sus esfinges, aislando, acaso sus valores socialmente ilógicos, pretendiendo, quizá inventar una cura que contrarrestase su dislocada toxicidad con el entorno. Sí la "congeries" vino para ir amontonando en los discursos-poemas, observaciones racionales o irracionales que nos rompan, de dos a tres promesas, capaces, sin ruborizarse, de abrir en las mentes lectoras otras posibilidades, otras fascinaciones, otros entendimientos que, por esto o aquello, casi nunca se cumplen.
Acumular es un vicio excesivamente humano, un acontecimiento que nos viene de ayer o de nunca, a sonrojar o vender el maquillaje con el que se disimulan, simplemente los abismos de alguna profunda seducción. Todos, todos los abismos o huecos o grietas en las que acumulamos intenciones, desarreglos, desajustes, descalabros, y por raro que pueda parecer, también acumulamos esperanzas. Y días, y días rojos, y días negros de calendario, como si ese mañana del que siempre nos hablaron, ya estuviese aquí para viajar igual que viajan, a la luz de la primera clase, algunas de las viejas damas, esas que todavía se sientan virginales al tiempo.
El sinatroísmo, reconciliándose con las distancias, del hombre o la mujer que, las toma, de su mano, que las toma, como referencia hasta aliviar las geometrías de todos sus espíritus; nos sonríe semánticamente, transgrediendo, eso sí, todas las estratagemas universales de nuestra moralidad.
¡Sí! ¡No, qué va, no lo pienso negar! Amontonar es juntar y rejuntar, y añadir y añadir elementos relacionados con el conjunto de las ideas, esas que amplían los límites estilísticos hasta encontrar entre todas las añadiduras, la disculpa adecuada para aceptar esa invitación personal que nos envían, por mensajero urgente, los universos de algunos dioses, esos dioses que pensaron que podía ser interesante, nuestra asistencia a la fiesta, sinvergüenzas de las sociedades a desarrollar, y a levantar montañas. Amontonar todas esas representaciones o métodos o estancias en las que, posiblemente cayeron sus antecedentes primigenios: la necesidad y la miseria. O las amistades. O la enemistad. O vete tú a saber ¿quién podría negar o afirmar cuantos destellos de animación se nos amontonaron?
nada me asombra ni me ofende ni me preocupa ni me divierte,
nada me perjudica, nada, ni la distancia ni tu olvido
ni Madrid ni Chicago ni el aire ni la luz
ni los niños ni los ancianos ni el mapa de los mapas
de Sevilla, de Burgos, de Soria, de Plasencia,
ni el monte ni el mar ni el desierto,
nada me contamina, nada, nada, ni; por supuesto,
tu transigencia a mis destinos, a esta realidad que duele tanto,
que apenas deja sitio en la cabeza para encontrarse
cuando se trata de estar junto a ti,
junto a ese aliento pájaro donde se cumple la palabra.
La inaugural razón de la palabra.
Mouchauser Rimbou