¡Sorpresa, sorpresa! Con "Inventarios del
miedo" Maximiano Revilla vuelve a ser capaz de hostigar, sin ninguna clase
de miramientos, nuestra bien amueblada cabeza. Vuelve a ser capaz de abofetearnos e
incitarnos a reavivar nuestra insatisfecha capacidad de asombro hasta hacernos
dudar de cuál será o no será la voz del verso que nos propone. Me comenta, con una sonrisa boba
de satisfacción mientras pasa hambre, que, los cuatro lectores suyos, esos seres
inquietos que lo siguen desde el principio de los libros, esos fieles, fieles,
se lo merecen todo, todo. Y tal vez sea por ellos por los que, en esta ocasión,
para desnudar a su personaje poético utiliza el verso inquisidor, el verso
corto y limpio y sencillo y disparatado, así como la imagen extendida y
abundante, y la metáfora alejada de toda estilización: “¡Qué va!, no soy
entomólogo, / ni personaje que cante o que baile, / al pausado estilismo de la
tierra, / sus pesadumbres y sus radiaciones. / No, ni soy embajador / más allá
del dominio de mi casa.”
No, seguro que no hay nada que se adapte más o se adecúe menos a lo que el mundo poético os tiene acostumbrado, que estos versos que nos acerca desde "Inventarios del miedo", siendo esto así, porque dentro de este capitalismo lingüístico e independiente de culturas generales y globalizaciones contundentes por las que nos ha tocado caminar, “Inventarios del miedo” es una sucesión de aplastantes y sonados vencimientos que, como poco, van a ir curando sus llagas a lo largo de todas las páginas con las que se nos crean bolas que juegan en el estómago, y no, que va, no es que me lo invente yo, sino que es él quien nos lo reafirma y deja escrito: “No es que quiera vengarme, pero a mí me parece / que a la historia le falta efervescencia”.
Con “Inventarios del miedo” Maximiano Revilla vuelve a no espera nada, y acepta igual que Góngora ser proscrito de su tiempo, y teniendo seguro, y teniendo presente que, con sus versos, se aproxima el lector y lo apuñala otra vez con los ojos muy abiertos y la mente indiferente, justo a la misma altura, los unos de los otros, sobre todo y más que nada, porque “Solo cuando no fui capaz de revivir la llama / de los viejos volcanes en ti dormidos, / escogí confesarlo todo: / decir adiós a las sombras que dejan / en la pared los cuadros cuando se embalan, / recoger todos los trajes del tinte / y ponerlos en la maleta.” Sí casi apostaría que “Inventarios del miedo” es una confesión cuyo propósito final es hacer que todos esos miedos, “las arrugas de nuestra piel / al igual que los miedos / siguen siendo insistencias”, se vayan de su cabeza.
Sí, sí, Maximiano Revilla en “Inventarios del miedo” no me canso de repetirlo, vuelve a poetizar de otra manera, cosa que los que le seguimos, casi inconscientemente, lo estábamos esperando. Sí, Maximiano Revilla vuelve a romper y modificar hasta herir los clichés y tópicos de la poesía actual. Vuelve a intentar curarla de todas sus formas convencionales, ampliando, para ello, lo táctil y lo visual de los lugares comunes del mundo, ampliándolos tres o cuatro pasos por delante de donde hasta entonces estaban establecidos. Sí, alejando al verso de los tics generales, llevándolo hasta ser incomprensiblemente capaz de acertar a mezclar desde su contemporaneidad, pequeñas piezas rituales con verdaderos efectos clásicos “No, no supongo nada. / El miedo va detrás de mi retina.” Y experimentando con las transformaciones del alma y las distancias, nos viene a decir con estos versos ecfrásticos, cuán “Lento es el mundo y más su incandescencia, / aquí un interrogante de vértigos en fuga”.
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Mentodicles Redimo
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