La
silepsis se involucra en género y número desde la infancia, desde la
‘comprensión’ de su destino, desde la obertura del mundo o de los mundos para,
muchísimo después de relajarse, tal vez pensar en ti, en las constantes vitales de tus concordancias, esas que
se trastocan para alcanzar a entender todos los significados del verso o de
los versos que se acuestan en mi cama. Vienen, o van, o se quedan estos versos justo en el
margen exterior de la línea que se marca en el suelo, esa línea donde da
comienzo la espera o el apéndice infinito que forma la valiente humanidad
cuando pretende cambiarse de género. Mañana es noche de bebes durante todo el día,
mientras, este día, importantísimo para el futuro, se echa la siesta.
Con
esta figura se mueven siempre los poetas hacia su destino, o hacia su gloria, hacia su abandono, o su permanencia, ya que desde aquí, de manera prodigiosa y
natural se plantan en el mundo y depositan, por las buenas o por las bravas patatas de los infiernos, o por los deberes perfectamente hechos, su
confianza en la inteligencia de los lectores; concediéndoles así la potestad de poder
alcanzar, por sí mismos, la total comprensión de sus versos, sobre todo porque
son los dos o tres mordiscos a la fruta de la mañana, lo que les incita a tener
que concordar, de manera lógica o semántica, ad sensun ‘conforme al sentido’ del discurso, y no según la norma
gramatical, esa sesuda forma antigua aprendida en las escuelas, esa que explica
como debieran moverse nominalmente por la frase, tanto los femeninos, que casi
siempre nos dominan, y los masculinos, algo más retraídos, como los singulares
y los plurales del sustantivo junto al adjetivo y los determinantes que le
acompañan, así como la coincidencia del número y la persona entre el verbo y el
sujeto.
La
silepsis se reactiva, más que en ningún otro lugar, en ese o esa mañana donde
la gran mayoría de los hombres juegan a levantarse y vivir entre mis días todos
sus tropiezos o todas sus disonancias.
Desde
los ojos, de un friki ebrio de
orgullo y olvido,
lloran
las cruces del anecdotario,
la
inquietud blanca de las siete brisas.
Mi
cuerpo en la tumbona del psicólogo.
Mentodicles
Rédimo