Vistas de página en total

viernes, 7 de noviembre de 2014

UNA SOMBRA ELEFANTE



Por un instante me sentí superior, enfebrecido, intratable... como el nieto de las crónicas iluminado por la magia de un Livingstone protagonista. Desperté, próximo al tañido etéreo del aliento que unifica los mundos y regala, en ocasiones, la cama sin hacer de la felicidad. Tras abatir la pieza, fue como si toda la sabana se hubiese quitado de golpe su penumbra matutina, como si toda la sangre, hasta entonces retenida por el encuentro, volviese a correr cada vena, reactivando con deleite todos los miembros dormidos.

Es obvio, que, en el óleo pintado del alma, en la inmensidad de la llanura, las huellas de los elefantes son fácilmente distinguibles y sencillas de seguir, pues, como ya quedó dicho en la parábola; las otras especies, hunden y pierden las suyas dentro de estas. Abatirlo al sol vertiginoso de la impaciencia, a los sesenta metros que salpican de incógnitas y orgullo la distancia, a pesar de que todas las premisas nos sean favorables, resulta un poco más complicado. 

Y aunque sí, es cierto que siempre habrá excepciones, que, como hiciese aquel David, ponga de culo al Goliat elefante con un solo disparo certero en la cabeza; la mayoría de las veces es preciso utilizar, en el mapa infinito de su cuerpo, hasta cinco negaciones y una afirmación: dos avispas que le alcanzan en el muslo, un mosquito en la piel de la memoria, y tres miradas, como de azul y buenas noches, en la caja grandísima de los latidos. La mía, diminuta e insignificante, solo crece cuando se enamora. Seis intentos a este lado sucio del cristal, seis disparos, seis gritos que tiritan de luces y se encharcan de sombras. Una pieza admirable, que cuando se siente caer al fondo de la mañana, provoca el mismo estruendo que provoca el mundo cuando se derrumba. 

Siempre pensé que el rostro de los hombres se desabotona al paso de las horas y muestra su cansancio solo al final de los días. Pensé que, si una diana era destellante como el cielo iluminado por el vuelo de las luciérnagas, ningún mal cazador podría fallar. La experiencia que pasea alocada por el valle de las arrugas hace qué de inmediato actualicé ese pensamiento. Pues, en lo que no pensé, mientras cargaba y disparaba siglos de ignorancia y días de arrebato fue en la teoría, esa que dice que, a más volumen en los pretextos de la luz que se extiende desde el ojo al aire; menos penetración. 

Sí, reconozco que el safari estaba programado para otros, pero, cuando nos lo propusieron, solo necesitamos un instante para asentir. Poco después, casi como en una fantasía, admirábamos desde el cielo, la nube de espuma que se crea, al golpear el río la mañana, y así, una vez en el campamento de Victoria Falls; mientras los habitantes del poblado nos daban la bienvenida con cánticos y bailes; sudorosos por el sol de las doce, incrédulos, nos pellizcábamos para reafirmar la certeza. Como único equipaje teníamos las armas que colgaban del hombro, el otro el que habíamos facturado y que incomprensiblemente nunca echamos en falta, se había perdido. 

Lejos quedaban las trenzas del agua en la bahía, las medias verdades del asfalto, los besos de la buena suerte. Aquí, en estos paisajes donde las sonrisas se renuevan y cambian de postura en cada amanecer, donde los ojos duelen de recorrer sin brújula los mapas del mundo a la deriva, donde las horas tropiezan con la mala leche del sol que nos abrasa y nos alumbra a favor del viento... aquí solo queda terreno y más terreno ondulante, para en el peor de los casos, meditar.

Las palabras siempre tan escuetas cuando se trata de expresar sentimientos, en estos espacios tan amplios, apenas si nos sirven de vínculo comunicativo; es la semiología de los gestos y las señales lo que mejor se entiende, por eso nuestro guía, de pronto levantó la mano y la extendió hacia el horizonte, hacia allí donde pacía aquiescente la manada.

Bajo el marchito azul de la tierra nativa, seguimos durante mucho tiempo los senderos desnudos del mundo que cumple su destino. Y seguimos las huellas de los elefantes marcadas en el barro, como una llave que, sin girar, nos llevan hasta el estrecho paso que separa el mediodía desnudo del lamento y la muerte. Las seguimos hasta distinguir en el rojo afilado del estío, nubarrones sobre el corte pedregoso de una montaña. 

Desde nuestra posición, salpicados por el terreno, distinguíamos acacias, mopanes, miombos, tecas... parte de una vegetación malva, y verde oscurecido, constelaciones que proporcionan borracheras de sombra y sueño. Sombra gratificante, sombra deseada, fresca sombra capaz de hacer dudar si seguir o quedarse. Solo fue un momento, lo sé, pero reconozco que la tentación, quiso acercarme su mano intrusa, mano a la que ya iba ciego del cansancio y la sed, cuando nuestros ojos y todos nuestros sentidos, bailaron al descubrir el objetivo de nuestro viaje. Un tatuaje en la piel del elefante.

Nos acercábamos con sigilo, pidiéndole a todos aquellos que pudiesen hacer algo, que no cambiase el aire. Nos detuvimos a una distancia prudencial y observamos como ajenos a nuestra presencia comía y jugueteaba la manada. Pacientes esperamos la mejor ocasión. Esta se presenta momentos después cuando un gran macho viejo, acaso sabedor de lo que iba a suceder, se aleja del grupo unos metros y se pone descarado a mirarnos. Recuerdo que pensé en la distancia de sus ojos, en la inmensidad de su mundo interior, en los días de alimento que iba a suponer para la tribu. La adrenalina aceleraba todo mi ser, el corazón estaba a punto de saltar y salir corriendo, la presión en las sienes me nublaba la vista.

Tal vez excesivamente confiado, coloco mi Blazer sobre la vara, apunto al centro de la cabeza y disparo, totalmente convencido de que algo iba a caer y, sin embargo, en el último instante con un leve movimiento que hizo el animal, el proyectil, del 3.75 de punta blindada, pasó apenas sin rozarle. Vuelvo a cargar, apunto y disparo y disparo y disparo hasta seis veces seguidas.

Qué razón tenía Rilke cuando escribió que: "Lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, ese que todavía podemos soportar; y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña destruirnos".


miércoles, 3 de septiembre de 2014

MAXIMIANADA 57




Es justo en este instante que agoniza,
cuando más se desea tener bronca
de frente o de costado
a tiempo parcial si me apuras.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

UN GUARDABOSQUE REAL




Recuerdo que era invierno. Que la luna llena saludaba agradecida a todos los seres nocturnos que salían a saludarla. Que en la cara norte de las laderas, sobre la retama y los brezos, a la sombra gris del roble pelado, la nieve, se acumula cubriéndolo todo con su paleta de blanco frío. Que incluso mucho más allá de donde los ojos del lince alcanzan, la noche acuna en la brisa de antaño, los perfiles crecientes de su equilibrio.

Recuerdo, a la luz que nos deslumbra en el nuevo amanecer, seguir las huellas de mi padre y éste, las de alguna libre mal herida. He de puntualizar, que las huellas de la liebre, son a menor escala, muy semejantes a las del ser humano: su planta ronda los seis centímetros y la disposición de sus cuatro dedos es similar a la del hombre, solo que sin dedo pequeño. Las liebres en la nieve son torpes y lentas, y buscan siempre algún recodo que las resguarde de tanta luminosidad, por eso y por su pelaje oscuro, no es difícil distinguirlas sobre el terreno blanco. En las más de las veces para ser cazadas por los furtivos, en esta ocasión para proceder a su cuidado con exquisita delicadeza. Mi padre, vendaba su pata con un jirón rasgado de su camisa y volvía a dejarla libre.
Y sí, claro que recuerdo también las discusiones, a la vuelta, cuando al llegar a casa, se enteraba mi madre del estropicio. El siempre era capaz de tranquilizarla diciendo: Pero mujer, es que no entiendes que me pagan por cuidar los bosques y sus animales. Cuando vengan los cazadores quiero que encuentren todo por lo que ellos pagan.

Recuerdo que era invierno. Asombrósamente opalino en las horas centrales del día, pero, acaso el invierno más crudo que la tierra norteña conociese. Que de todas las chimeneas, cordones gigantes de humo, subían hasta alcanzar la unión - imposible abajo entre sus vecinos - y al lado de las nubes crear con éstas, las formas fugaces e imprecisas de antiguos ancestros, para luego, en amigable charla, contándose los secretos, secretos de cada hogar, desaparecer en el infinito.

Si, recuerdo las huellas de unos pasos en la nieve, y en ellas a un hombre envejeciendo con los sollozos diarios, con la sordera del mundo, con los senos espejeros de las horas casi heladas en los colmillos del sol. Recuerdo los colores del cielo raso, de la pradera y del mar embravecido en sus ojos. Recuerdo, su voz singularmente dulce y escueta, su carga silenciosa al cuidado del bosque y sus criaturas, sus balanceos humanos. Recuerdo esa soledad característica que acompaña a los seres diferentes, ese gris plateado de los pájaros en contra de la luz, esa atmósfera inmensamente fugaz, cargada en la pupila de húmedos colores.

Si recuerdo esbozos, de una historia inconclusa, en el oscuro mundo de la mente, justo en ese preciso momento en que la tarde, casi a la conclusión, roza la noche, allí donde su silueta, alargada por la luna, siempre lo acompaña unos pasos por delante, y su mirada y su rostro cansado, tranquilo, sereno, sonriente pero cansado, devuelve el saludo a las hileras de adobe que daban forma a las casas: las mismas que silenciosas le saludaban,

Lorenzo fue el nombre escrito en la pila bautismal. Sofía, lo llamaron otros en un tímido intento de homenaje a la actriz. Padre lo dije yo siempre. Murió en casa como guardabosques del patrimonio, poco antes de que eufemísticamente pasasen a ser conocidos como guardas y mucho después con la democracia, agentes forestales, con nomina y vacaciones.

Lo recuerdo marrón. Vestido al uso con traje: chaqueta, pantalón y gorra de pana, casi con tantos años como él. Lo recuerdo orgulloso, siempre con su cachiporra de mando al cinto, incluso, mucho tiempo después de que el señor Crucelegui lo regalase su vieja escopeta paralela. Era una escopeta del calibre 16, marca Terrible, y si, terrible era la sensación que sentía yo, cada vez que me llevaba con él al bosque y lo leí estampado en la placa de la culata. Jamás disparó un solo cartucho, todos los que le regaló dentro del lote, permanecieron sin usar en la canana. Para él llevarla al hombro era como una anécdota, como una broma, como un adorno que imponía respeto a los que lo miraban.

Sí tengo que reconocer que nunca fue, lo que se dice propiamente un cazador. Más bien fue un pobre hombre, con sus más y sus menos; integro honesto y respetuoso con su trabajo y las personas que lo trataron. No tenía estudios, pero tenía catalogadas en su cabeza todas las especies de sus bosques, siendo el peor momento para él, los días posteriores a la veda, cuando tenía que restar las piezas que habían sido abatidas. Sabía donde dormía cada animal, donde se alimentaba, donde bebía, donde anidaba o donde tenía sus camadas.
En una ocasión, después de enterrar los restos de una madre, cuidó con la leche de la única cabra que poseía, a dos cervatillos, que un lobo había dejado huérfanos. Eran su tesoro y mi juguete, su mayor debilidad. Les guiaba hasta los mejores pastos, y les daba como golosinas rebojos de pan duro, ellos lo seguían a todas partes.
Recuerdo que lloró conmigo el día que algún furtivo desalmado, nos los mató. También recuerdo que lloró, cuando quiso entrar en la modernidad y cambió su vieja burra por una bicicleta. Una bicicleta que solamente utilizaba en el llano. Las cuestas, las bajaba y las subía andando, me imagino que era para no gastar los frenos.
Había sido el encargado de dirigir y plantar de pinos todas las laderas de la comarca y fue en agradecimiento a su honestidad y buen hacer, además de conocerse como nadie todos los montes, el motivo para ser nombrado guardabosques. He de confesar que en casa nunca se probó la carne de ningún animal de sus bosques. Para él eran como una prolongación de si mismo. Jamás cazó una pieza y nunca aceptó ninguna de las que le regalaron los cazadores. En su cabeza y colgadas en la pared del salón, siempre estuvieron presentes las normas del guardabosque, impresas en papel de 1907 con sello y firma: "El personal que se elija, ha de vivir apartado de todo lo que significa influencia o favor, y convencido de que sólo puede fiar la seguridad de su destino y la recompensa de los ascensos al cumplimiento estricto de sus deberes".
Los recuerdos anidan siempre al fondo de la memoria, en las tierras abonadas de la niñez y la juventud, permanecen como las huellas de los animales en el barro, unos sobre otros, hasta que llegado el momento, se destapan y se airean para mostrarnos maravillas que nos ayudan a continuar.

viernes, 29 de noviembre de 2013

UNA BARBIE CUALQUIERA



Maripolius pone el color al poema

Tierra no, aún no me tragues,
que te acuno atrevido en primera persona
igual que a las mascotas de Neruda,
de Borges, de Laureano, de Mestre o de Aleixandre,
antes de enmudecer, después de los disparos,
cuando vuelven y eclipsan
con el vuelo de su falda mí memoria.

Sí, déjame saber
mientras se cierran
ceremoniosamente
para que nadie se haga daño
los párpados y las estancias,
como es que todo, en alguna ocasión
nos empuja y nos rompe.

Tú, transformada en sueño y disparate
lanzas besos que nos cosen con fuerza
a una noche Lolita en la batalla,
taponas las heridas
que gotean del techo de esa noche
del hacha que nos niega mucho,
en muchas circunstancias
de la espada con su punto y destino.

No tierra, no me tragues, que aún
no me atrevo a mirar
en pie, delante de la tele,
como se fue muriendo al gris,
al gris y al blanco-negro tahúr
de las nubes marcadas,
toda esa sucesión de mundos,
mundos y signos de constelaciones,
mecidas por la historia
de una Barbie cualquiera.

Sí, déjame saber

Este era un poema con dedicatoria, pero para que no se avergüencen o endiosen los receptores de la misma, no la he puesto. Pienso que ellos saben quienes son y cuanto es mi agradecimiento. Gracias

sábado, 16 de noviembre de 2013

Hipérbaton DESDE EL FONDO DEL VERSO



El hipérbaton, es meteórico, trastabillante, quebrantador. Es el recurso sintáctico que por su eficacia rítmica, se utiliza para resaltar las ideas y palabras, dotando así a la expresión de una sorprendente agilidad y un dinamismo que rompe por si solo con todas las rutinas, es la figura que se produce cuando variamos en el verso la disposición lógica de alguno de sus componentes. (Nombre, adjetivo, verbo, complementos, puntuaciones) entendiéndose como disposición lógica, esa que marcan las relaciones gramaticales.

El hipérbaton, como destructor consciente de esa disposición lógica o de ese orden normal que reflejan los matrimonios gramaticales, es juvenil, efervescente, inesperado, viste de fiesta la calle de las monotonías, despierta admiraciones insospechadas, vive sin ninguna clase de compromisos ni obligaciones. Cuando se encuentra pleno de facultades, puede elevarse desde las aceras más sucias, hasta la puerta de los palacios donde es recibido como el héroe de la contienda. El hipérbaton no tiene madre, ni padre; viene inesperado de la nada y va como si fuese un saltimbanquin del sonido y las miserias de todos los días, hacia la luz de los mundos. Es su libertad de movimiento la que nos produce un efecto enfático que nos obliga a seguir hasta visualizar el final de cualquiera de los acontecimientos que por una u otra causa se han desarrollado con anterioridad. Hay muchas veces que estos finales solo están en la mente lectora, en el recreo de la vista desde los balcones del camino, en la satisfacción que proporciona la película mientras vamos llegando a ocupar ese asiento que desde siempre nos fue reservado

Nace en los desvíos de las construcciones sintácticas y es desde la perturbación de éstas, desde donde mejor se desarrolla. Sí, es verdad que en ocasiones nos toca de pleno el corazón y nos hunde hasta los abismos de la duda, pero eso no impide que nos reencontremos justo en ese instante en el que se rozan; la desesperación con el milagro, y así, para causar este efecto el poeta se apoya en los enlaces sonoros encargados de ir trasladando el mensaje hasta el final,

El hipérbaton por esa alteración de ciertas funciones gramaticales de las que hace gala: separación de nombre y adjetivo, anteposición del verbo al sujeto, distribución anárquica del contenido, impide reconocer los vínculos que unen unas palabras con otras, así como la función que desempeñan dentro del conjunto, creando un campo de atracción de acuerdo con sus semejanzas y diferencias fónicas y semánticas de las que emerge un sentido denso y difuso a un tiempo, que favorece la ambigüedad y fortalece la imaginación

Un monte era de miembros eminentes
Góngora

El hipérbaton es el recurso poético que permite por su ritmo machacón, acoplar al poema palabras y frases que de otra manera nos estarían vedadas, siendo el único que debilitando la síntesis, descontextualiza el lenguaje para que el lector intervenga activamente en la composición del poema.

El hipérbaton al no obedecer a las leyes lógicas del lenguaje, en ocasiones suprime elementos para conseguir una especie de instantáneas superpuestas que perturban o desvían la construcción sintáctica, llegando en algunas ocasiones los poetas de hoy, a prescindir incluso de la sintaxis, distribuyendo libremente las palabras por las páginas, prescindiendo incluso de la linealidad que la condición oral del lenguaje impone.


Es tuyo el resplandor
de una tarde perpetua.
¡Qué cerrado equilibrio
dorado, qué alameda
Jorge Guillen

Hipérbaton alejado en distinto verso.

Mira el incendio de esa nube grana,
y aquella estrella en el azul, esposa
Antonio Machado


Del salón en el ángulo oscuro

G. A. Bécquer

Anteponer una palabra  modificando  su posición natural, al principio o al final de un verso, por ser estos, los lugares más relevantes de la composición, produce un notable efecto enfático, capaz de enganchar al lector, en muchas ocasiones de una manera enfermiza.

El hipérbaton, por tener esa facultad de producir una distensión, un ir hacia delante, un alargamiento, una prolongación del verso hasta el infinito, es femenino, totalmente consciente de su necesidad

lunes, 11 de noviembre de 2013

NUNCA SE CIERRAN EN CASA LAS PUERTAS



Para vivir, si lo deseas ven, ven a mi casa
antes de que me tiente la sombra del egoísmo
o la suciedad borre la vereda de las baldosas
o algo de un dos mil trece enamorado
me incapacite y no sepa quien eres.

Me acabo de dar cuenta de todo lo que nunca
podrá ser compartido: los hechos de los hijos
descendientes de los abuelos recolectores,
recuerdos y recuerdos que, sin lugar a dudas,
se nos vendrán de golpe encima.

Polvo y más polvo. Y polvo de albañiles en la reforma de cualquier cabeza. Electricidad y fontanería, alicatados de cocina y baño, pintura en las paredes y tarima en los suelos. Vamos, algo sencillo, similar al sombrero de Ascot. Polvo mucho después de que nos descubriese la luna sus metáforas. Esas, esas, las que nos cuentan todo aquello que nunca fuimos.

Sal en la estación de los amaneceres blancos.
en Núñez de Balboa, en las fotografías
turbulentas del hombre y sus recuerdos,
en la excusa de las casualidades dormidas.
Sal, sal de apostolado y guitarra
al invierno de las aceras.

Ignora si está mi luz
de vacaciones,
si estoy o no jugueteando
con tu brisa de alcoba,
con la espuma de la marea
encendida o apagada.

Cruza la calle y toca:
húmedo enero, húmeda luna
que nos descubre humildes
creando ilusiones,
con ese corazón creyente
de las niñas creciendo,
toca que te abro.

La infancia es una mariposa, hoy posándose allí, en aquel mirador al que nuestras pupilas ya no alcanzan.

Podría preparar si vienes,
un sándwich de tortilla con chorizo
y de paso pedir
una cita muy rápida
con cualquier oftalmólogo.
Mi cuerpo aunque no lo parezca
pesa setenta y cinco kilos
y mido, uno sesenta.

martes, 5 de noviembre de 2013

ESTOS SON MIS DERECHOS



Después de matar a los hombres
y aceptar la idea de no envejecer juntos:
animal, vegetal o piedra,
dejaré en sus conciencias
mi máscara y mi voz, las muchas tonterías
de los diseñadores griegos,
los ritmos de la sangre milenaria,
la ingenua perversión,
de las cosas que nunca se detienen.

He oído que se consumen alimentos
otra vez a la luz de las fogatas,
que al identificarnos con nuestros apellidos,
desapareció la antigua violencia,
que hoy como clase teórica
se imparte en los museos
cual, es la mejor forma de vivir.

Mañana es mi cumpleaños.
Exactamente ciento cinco
rincones por barrer del siguiente episodio

Las curvaturas de mis ojos
son un lugar bonito para, mientras me afeito,
poner alguna tienda, algún negocio
de compraventa de comestibles y preguntas.

Como crítica o elogio de mi modus vivendis
debería volver a la casa del cura,
gallego en sus orígenes, cubano de adopción
a escuchar estos poemas de varios universos,
en Madrid hacia el dos mil trece,
dónde puedo llorar y envolver cada lágrima,
mientras caen, gota a gota,
acaso de manera intempestiva,
aquellas inquietudes
que tan exactamente se describen,
en los papeles de arroz del colegio,
en las escenas de los teatros chinos
empapados de luna, en las comisarías.

Os pienso apuntalar con gominolas.