Sé que el poema ha de estar creado por una naturaleza sensorial donde a través de los signos lingüísticos y los silencios, sea capaz de reinventar este mundo y hacer que nazca a nuestro alrededor, otro impregnado con la misma seriedad que proporciona el gamberrismo. Pero también sé que, para ello tendrían que apartarse los parásitos apoltronados en la comodidad creada por el entorno de sus viejas ideas, las mismas que inoculan con su aire ponzoñoso, su veneno y mala leche a los posibles alevines seguidores. Sí, acaso ahora todo ello esté colgado en el armario de las viejas modas, con el amanecer o las piedras que rompieron los cristales del conocimiento, pero seguro que mañana, se lo ha de dar, como al colchón, la vuelta.
¿Quién no sabe, que toda palabra para completar su significado requiere alejarse de la realidad a la que se refiere? Lo que quizás no sepan es que, para volver a reactivarla, se precisa de la genialidad y el esfuerzo de un trabajador poeta, ya que por sí sola; al carecer de sentimientos, (que como ya en otras ocasiones habíamos hablado, son sin duda la base de todas las palabras poéticas), no es capaz, ni por asomo, de volver a iluminarse e iluminarnos. Y sí, es verdad, que no todos pueden ver ese instante, esa palabra, de la que hablo, ni pueden sentir su cosquilleo abriéndose al mundo debajo de la calva de esa instancia que alberga la conciencia, pero si pudiesen tener la fortuna de que les rozase o pasase por delante de los ojos en alguna ocasión, luego, como aquellos pocos que lo consiguieron, harían lo imposible por volverla a encontrar; otra y otra y tantas otras veces como les fuese posible. La palabra poética, conecta y desconecta los contenidos del pabellón de las respiraciones, dispone de otro modo la colonización de las cosas.
“Todo verdadero poeta es un hereje”
M. de Unamuno
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