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Ocurre que de pronto
me agobia la envoltura de tantas claridades
y los hombres abiertos a este sol de las nueve.
Que arrugado mi rostro igual a todas esas
curvas granulométricas donde los porcentajes
se pierden o me encuentran
dentro de tu sonrisa amor,
a propósito de los besos
que sin duda me debes.
¡Me duelen tanto, vida, tus deseos!
viernes, 16 de septiembre de 2016
RESEÑA a Quince claridades para mi padre

Quiero aclarar que esta reseña era una deuda que tenía el hombre con el verso y el poeta de Quince claridades para mi padre y que aunque solo diga siendo humano y mundanal, definidor del quince metafórico que va y nos representa la niña bonita de las tradiciones; esas, que sin querer queriendo alzar excesivamente la voz, rompe Ronald elevando el verso que da forma a las miradas de sus poemas, lo justo para arañar los cimientos del contorno de este presente lector. Quiero escribir y escribo que Quince claridades para mi padre, viene a sacudir acaso desde la inconsciencia de su autor, algunas larguísimas equivocaciones sobre los planteamientos de las falsas sentencias de las distintas igualdades con las que sin embargo, se nos llenan tanto y tanto hoy las bocas.
Ronald Campos López, sí, es gay y a mí me inspira, es poeta y yo lo admiro, es hijo y es en este mundo tan abierto al sufrimiento, una puerta entrecerrada a la felicidad. Y aun así, esperanzado escribe: “subir a través de la claridad/ es reunir a la sangre con la sangre, / y eso duele.” Claro que duele Ronald, la familia siempre duele, sobre todo a ti, y al padre, y a la madre que olvida en ocasiones como: “En las manos de Dios desnuda estaba/ cuando llegué y llegaste también tú, padre, a este mundo” y si, también duele al niño que siempre quiso ser niño para escribir: “Desde entonces la miro/ con la travesura azul que le ha dado la Tarde,” y es que con el sol de esa Tarde en la espalda, son tantas las madres y los padres de Quince claridades para mi padre que a mí también me duele. Me duelen tantos Alfredos, tantas Juvencias, tantas Auroras, tantas Cristinas, tantos José Antonios y Javieres, porque en ellos Ronald Campos, te veo y me veo esperando ya que sé y sabes que: “Todo aguarda el sitio preciso/ donde volar, tal vez volar, / y para siempre.” Acaso y tal vez solo para seguir siendo niños, acaso y tal vez solo para seguir o comenzar a ser felices, acaso y solo tal vez para llegar y ser aceptados por aquellos que os dieron la vida “como el eco de lo que nunca aun ha existido”
Quince claridades para mi padre es desde la realidad de una enfermedad, la alegoría de otra enfermedad excesivamente extendida en nuestro tiempo, su diagnóstico ahora es la discriminación, y dentro de esta, tal vez la que más se nota y se siente es la exclusión afectiva del ámbito familiar, esa que en el imaginario formal casi siempre se acepta cuando no nos toca, pero que, por ser superior al qué dirán de las estructuras sociales, incomprensiblemente se pone en cuarentena y se esconde si nos roza.
“El primer asombro del hombre/ es recordar…” LA CLARIDAD DE LA INFANCIA como único momento familiar seleccionado sobre todo por ser modelable. “Recordar que todo lo que está siendo en lo cotidiano/ ocurre también dentro de él mismo” “Cuando se escucha a la madre/ cruzar de su vida a la vida.” “Y en lo perdido recobramos algo ganado/ para enfrentarnos a la muerte.” De sobra sé cómo todo lo que es diferente atrae al miedo y esa metonimia que representa “mi padre” se hace extensible a millones de padres. “Yo partí de casa evitando/ tener que ofrecerte, padre, el perdón/ por no ser el varón que tu esperabas” Tantas verdades juntas, tanto daño por el que dirán, se exponen de forma tan magistral en Quince claridades para mi padre donde por un momento, se borra el dolor de la enfermedad que el poeta dice lo inspiro, y se crea la guía del acercamiento. Ese recuperar un instante de tantos instantes, por incomprensión perdidos.
Enhorabuena Ronald por tus Quince claridades para mi padre, la voz presente y sincera de un verso elevadísimo a la multiculturalidad.
lunes, 18 de julio de 2016
CARTA A UNA AMIGA de Pápitos del tren que no vuelve

lunes, 11 de julio de 2016
RESEÑA a Pálpitos del tren que no vuelve. Mentodicles Redimo
Particularmente, a estas alturas o profundidades del cómic de la historia, del paso a paso por la calle o los caminos que van al cementerio, me importa un bledo lo que cada uno haga con su vida, lo que piense o no. Pálpitos del tren que no vuelve, o De todo lo que no se pierde, o de Consonancias de la voz, o de Un cuántico aleteo en la boca, o de Bobilongos y churrilungas, o de Recetario de la locura, o de Notateti, o de Cuando se lanzan los cuerpos desde la terraza. Para ver qué sucede, o de Inventarios del miedo, o, qué por supuesto, podéis encontrar en Amazon o en vuestra librería habitual, pero, claro está, sabiendo siempre y teniendo presente que ni dedico, ni firmo, ni os pienso hacer el menor caso, que solo por necesidad pregono mi agonía, esta que os voy a contar entre dos y tres circunstancias de mi humor palentino, este que ni tan siquiera yo, en muchas ocasiones, entiendo.
En Pálpitos del tren que no vuelve, vais a encontrar otra cosa, otro universo, otra poesía. Eso, muchos de vosotros ya lo sabéis; para los demás, puede ser algo bonito, este ir descubriendo cómo se suceden todos sus entramados, o puede ser una cruz que abandonéis en mitad del recorrido. Algo tan distinto y diferente a lo que el mundo poético os tiene acostumbrados que, acaso, no seáis capaces de llegar a contemplar toda su arquitectura. No, no es una poesía lineal, ni tampoco llega a ser continua del todo, sino que se divide el libro en tres partes claramente diferenciadas por los versos y sus respiraciones: la primera, abriéndose “En el tiempo sin tiempo”, va presentando poema a poema las dudas del protagonista, “solo en la cama”, “me atrevo a proponer una discordia”, “entre dos estaciones, frente al mundo”, “la piel de una tormenta en un gesto de revista”. Acribillado por la furia de un mundo cosquilleante, se acerca en ocasiones con un metalenguaje claro al Facebook de su psicólogo, aprovechando la paz interior de los conventos mentales que toman forma en el cuarto de baño, en el salón, en la habitación o la cocina.
La segunda parte, psicológicamente dañada por el común denominador de los golpes instintivos del hombre con la sociedad, proporciona el título: Pálpitos del tren que no vuelve y que, por una serie de particularidades no escritas, se abre con unos versos de los maestros: Laureano Alban y Julieta Dobles. Y como si intentase sanar al mundo, “En la cocina el hombre nace a otra dimensión”, donde “Si la humanidad muere al otro lado del mapa: aquí, no pasa nada”; todo sigue fluyendo, movido por las cuotas de interés de los que mandan, según en qué peldaño de la escalera se encuentre cada uno. Y la tercera, el epílogo que debió de ser el prólogo, habla del consentimiento de un crimen que se recicla y se llena de letras. Se centra en el árbol del papel de la mesa en mi oficina, de cómo y cuál será el valor de uno, según los amigos que tenga.
Desde Pálpitos del tren que no vuelve, se pensó en romper con el estatismo de las formas y dialogar con la lengua desnuda y cotidiana de las primeras personas. Estas personas viven en los poemas interiorizando ornamentalmente sus propias manifestaciones. Sin embargo, como el verso es independiente, se liberó del poeta y, por una vez, dijo lo que le vino en gana.
En Pálpitos del tren que no vuelve, el mundo exterior funciona por las reseñas que describen cómo se mueve en autobús. Más allá, mucho más allá del inventario de los niños y las cosas que adornan su carrito de paseo, unas y otras circunstancias. Es por derecho el verso impar el que predomina en su
estructura. "La mentira añorada en la agenda del poeta: es la mentira
rota."
Pálpitos del tren que no vuelve, para que no se quede nadie fuera; juega con las
cargas de las vivencias profundas de la brevedad semántica, con el valor
estético de la polisemia y la ambigüedad de las tramas poéticas, con unas
formas amaneradas en sus dinamismos a la hora de conjugar los versos. Desde
ayer, las recurrencias infinitas de los lenguajes poéticos, del verso que
consiguió hilvanar toda una sucesión de instantáneas “de una espera y otra
espera boba en la estación que ahora escribo”, ese lenguaje poético que ha de
revolucionar en el lector cada una de las neuronas capaces de hacerlos irse
vomitivamente o de satisfacción.
No se puede andar con medias tintas; a doce puntos y en Times
New Roman se indica la forma en la que se reavivan los versos: ritmo acelerado,
caricias, ideas y más ideas dinamizando el presente y el futuro de las
profundas conciencias. “Un poema para que sea…, no precisa ninguna explicación,
ninguna disculpa, ningún discurso”.
https://www.amazon.es/dp/B08VR8R1K9
Mentodicles Redimo



