Fray
Luis de Granada en “Los seis libros de la rhetórica eclesiástica o de la manera
de predicar” titula el capítulo referente a esta figura, como: DEL SINATROÍSMO
O AMONTONAMIENTO. pág. 343 Cap. XII. Y en él nos dice que: “Sinatroísmo, en
latín congeries y en español amontonamiento es una agregación o amontonamiento,
de muchas cosas, de que solemos usar principalmente, quando ponderamos y
amplificamos los asuntos” Sí, he de afirmar que, a mí, particularmente, me
gusta el amontonamiento de la luz desordenada, pero siempre muy limpia, como esa, la que llega en las tardes tranquilas hasta ti. Y es que, hay
demasiados instantes en los cuales el sinatroísmo me desborda, me aplasta y me
asfixia, lo mismo que ocurre cuando, inocente, Maripili comparte su lengua con
la mía; como sucede, en ocasiones, con el zumo de limón y sus descuidos, igual
o lo mismo que cuando nos entregan los resultados de las analíticas, esas
largas listas donde todos vemos como se marcan con asterisco aquellas negruras
que bien debiéramos iluminar.
Y no, ¡qué va!, las huellas de los ángeles invasores, los que vienen por los senderos psíquicos que nos marca el sinatroísmo, no tienen vergüenza; y yo tampoco, ¡ya lo digo!, puesto que nos llegan y llego nombrando una serie de meticulosidades, y de formas y de ideas, y de palabras, y de frases relacionadas entre sí, como si no tuviesen que despertar nunca. Todas agolpándose más que nada, y, sobre todo, a los costados de la insatisfacción de sus significaciones, esas que, sin llegar a salirse de los círculos del amor de los signos conocidos, ni llegar a entrar en las preocupaciones populares donde se restriegan y se amasan y viven en su casa de alquiler, nos impresionan. Sí, nos impresionan sin despeinarse, ni por un momento, ni por Dios, ni por los hombres, ni por las bestias, ni por nada de nada, ni por nadie que resulte afectado: ni en su bolsillo, ni en su salud, ni en su entrepierna, ni en el sueño, ni en su honestidad. Así, mientras afuera se van sucediendo los desprendimientos de este siglo XXI, aquí dentro, todo se dispone a la interpretación de una manera peculiar, solo para impresionarnos.
Sí, así, de esta manera, o de otras tantas como se podrían nombrar; las maravillas que proponen los juegos retóricos de la acumulación, o del amontonamiento, o del sinatroísmo, o de la "congeries" que, para el caso, a la hora de jugar a escondernos, todo viene a ser lo mismo; pues consiste todo en ir desfogándose al ritmo de los contoneos de las serpientes de la India, o del Pakistán insumiso. Todo consiste en amplificar los instantes ancianos en sus noches de amor; en consolidar cualquiera de las posibles traiciones, las necesarias, las que, como creadoras de musicalidades, meditativamente lentas, nos llegan, y nos llegan, y nos calan.
Porque sí, ya os lo digo, la "congeries" es un engaño manifiesto que, ordenando argumentos semejantes o delincuentes o partidarios, unos después de otros, pretendió destruir las expectativas colectivas del discurso y enviarlas a la tierra con la que se crearon sus esfinges, aislando, acaso sus valores socialmente ilógicos, pretendiendo, quizá inventar una cura que contrarrestase su dislocada toxicidad con el entorno. Sí la "congeries" vino para ir amontonando en los discursos-poemas, observaciones racionales o irracionales que nos rompan, de dos a tres promesas, capaces, sin ruborizarse, de abrir en las mentes lectoras otras posibilidades, otras fascinaciones, otros entendimientos que, por esto o aquello, casi nunca se cumplen.
Acumular es un vicio excesivamente humano, un acontecimiento que nos viene de ayer o de nunca, a sonrojar o vender el maquillaje con el que se disimulan, simplemente los abismos de alguna profunda seducción. Todos, todos los abismos o huecos o grietas en las que acumulamos intenciones, desarreglos, desajustes, descalabros, y por raro que pueda parecer, también acumulamos esperanzas. Y días, y días rojos, y días negros de calendario, como si ese mañana del que siempre nos hablaron, ya estuviese aquí para viajar igual que viajan, a la luz de la primera clase, algunas de las viejas damas, esas que todavía se sientan virginales al tiempo.
El sinatroísmo, reconciliándose con las distancias, del hombre o la mujer que, las toma, de su mano, que las toma, como referencia hasta aliviar las geometrías de todos sus espíritus; nos sonríe semánticamente, transgrediendo, eso sí, todas las estratagemas universales de nuestra moralidad.
¡Sí! ¡No, qué va, no lo pienso negar! Amontonar es juntar y rejuntar, y añadir y añadir elementos relacionados con el conjunto de las ideas, esas que amplían los límites estilísticos hasta encontrar entre todas las añadiduras, la disculpa adecuada para aceptar esa invitación personal que nos envían, por mensajero urgente, los universos de algunos dioses, esos dioses que pensaron que podía ser interesante, nuestra asistencia a la fiesta, sinvergüenzas de las sociedades a desarrollar, y a levantar montañas. Amontonar todas esas representaciones o métodos o estancias en las que, posiblemente cayeron sus antecedentes primigenios: la necesidad y la miseria. O las amistades. O la enemistad. O vete tú a saber ¿quién podría negar o afirmar cuantos destellos de animación se nos amontonaron?
nada me asombra ni me ofende ni me preocupa ni me divierte,
nada me perjudica, nada, ni la distancia ni tu olvido
ni Madrid ni Chicago ni el aire ni la luz
ni los niños ni los ancianos ni el mapa de los mapas
de Sevilla, de Burgos, de Soria, de Plasencia,
ni el monte ni el mar ni el desierto,
nada me contamina, nada, nada, ni; por supuesto,
tu transigencia a mis destinos, a esta realidad que duele tanto,
que apenas deja sitio en la cabeza para encontrarse
cuando se trata de estar junto a ti,
junto a ese aliento pájaro donde se cumple la palabra.
La inaugural razón de la palabra.
Mouchauser Rimbou