Sí, claro que, a la poesía todo y
todos la desmienten, ¿cómo no?, si conchabimbas y parbiloquios ya no forman
parte hoy de su vocabulario.
Sí, en la gran mayoría de las
ocasiones, lo único que hace hoy la poesía es boxear y descansar en las
esquinas, entre el tiempo y mi fascinación, a cara descubierta, vigilada con
lascivia por su chulo campechano que afirma categóricamente que, –así es la vida–.
Y así, mientras todo va pasando, el
aprendiz de poeta, para continuar ampliando su mundo y su vocabulario, se ve
obligado a introducirse en ese otro descontento donde se muestran las formas
primarias de todo lo indomable, ese donde se escribe con sangre o tinta, o
eterna sumisión, el código genético de la contemporaneidad, el despilfarro de
las palabras malsonantes que parecen decirlo todo, para nunca cobrar nada.
En este momento en que la
existencia humana aún no se ha despertado al mundo y duerme a calzón puesto en
hoteles que solo ofertan media pensión, a la poesía, nada más que se la busca
porque, entre las sábanas, o entre las cuerdas del tiempo, puede ser fácilmente
abofeteada, puede ser terriblemente abofeteada.
Y mira tú por donde, no, ¡qué va!,
aquí no pasa nada.
Decir que el verso dice cosas que
nunca antes se habían dicho, ya no es decir nada nuevo, ni fumar hierba, ni
tomar chocolate con churros, ni pastas de té para el almuerzo, lo que sí sería
nuevo, acaso, sería tener que examinarse y descubrir que se suspende, por no
ser capaces de ampliar las superficies de las cosas limpias o sucias, con
palabras sentidas otra vez, de forma totalmente original, caramelos agridulces
con frases salpimentadas de armisticio y condolencia, y para que así sea, es
necesario realizar como en todos los trabajos de esta vida nuestra, un
grandísimo esfuerzo, tanto, como para quebrarse la voz y aclarar después desde
ella uno o dos pensamientos. La compensación merece la pena.
Muchos dijeron, poco después de
amoldar su paso humano al latir del planeta, que la poesía nueva concomitante,
tangible, divina y absoluta, esa que tras nacer de la admiración a lo
inmediato, se endiosa y adensa, para de inmediato convertirse en pura contemplación,
esa poesía es vacilante y atea; y como ateos entiendo todos los pensamientos
del hombre que vive solo del segundo inmediato, ese segundo roto por una
intuición, por un sentir y un pensar poético que en mí se acentúa, y es que
tengo que decir que comulgo cada mañana con ella, que mientras viajo en la
línea veintisiete de un autobús urbano desde Emilio Castelar hasta la Plaza de
Castilla, leo a Vicente Aleixandre y medito con el bullicio de la gente.
Hoy, conjeturas aparte de todo lo
que podamos ser o no ser, pienso, que más que nunca, equivocadamente los poetas
hacemos bueno aquel dicho de Nietzsche donde expresa “que toda palabra es
metáfora de algo”, sólo que ese algo, está ya tan gastado como la herencia
de los sentimientos, esos que hace ya muchísimo tiempo perdieron su sentido de
ser y de estar, su impronta especulativa, su alucine, su endiosado ajuste, su
desquiciante aroma.
Y, sin embargo, en más ocasiones de
las que sería de esperar, bien por conveniencia, bien por ignorancia o
pasacalles o vaguerías, nos siguen presentándola vida del mundo poético como
algo novedoso. ¡Y lo sorprendente es que aún, a pesar de que todas las pruebas
lo confirman, cuela!
¿Es que estará muerto el mundo
poético que yo imagino?
CONSONANCIAS DE LA VOZ
Puedo ser, esa mano abierta
a todos los colores de la tarde,
esa brisa en ti o en tu memoria
doblemente saciada.
Como se crea un instante,
puedo crear tu dominio imperceptible,
aquí donde concluye el verso.
Puedo mirar al aire.
Puedo sentir como es el aire
que dibuja tu nombre. Evanescente,
con la única intención de modelar
ese te quiero que crea un mundo
y lo mantiene entre mis labios.
No habito en el olvido.
Caí de la pluma a borbotones:
silueta de una mancha extensísima
sobre un silencio irreverente.
Caí de lo oscuro de la voz,
de un vuelo consonante
al otro lado del teléfono.
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