Para dar otra vuelta a ese desnudo mundo que se nos muestra imposible entre la contaminación de las ciudades y los hombres, con los pecados mortales que representan los versos bajo las carpas de los domingos, tendríamos que subirnos a esa poesía irreverente que no almuerza con ningún catedrático; tendríamos que subirnos a esa línea seis del metro, en la que, por su trazado circular, comienzan y terminan los gritos de todas las metáforas que rompen, como Apollinaire, los silencios. Sí, señores, sí, A ESTE LADO DE MIS DÍAS es ese mundo poético del que les hablo; ese del que nadie quiere escuchar ni aceptar, ese nuevo versificar las cosas para que vivan.