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viernes, 28 de agosto de 2015

EL LIBRO DEL BUEN AMOR Juan Ruiz Arcipreste de Hita




Durante el siglo XIV los poemas del “mester de clerecía” adquieren determinadas singularidades que los distinguen de los del siglo XIII, tanto en la forma, donde la rigidez métrica y estrófica de los hemistiquios del alejandrino da paso al hemistiquio octosílabo y la sinalefa va sustituyendo progresivamente al hiato o dialefa, o la cuaderna vía alternando con otros esquemas estróficos; como temáticamente, ya que el carácter narrativo y la tendencia descriptiva así como el didactismo religioso del siglo XIII, da paso en el XIV a una críticas social y de las costumbres en consonancia con la nueva situación existente, adoptando actitudes de denuncia dentro de lo que se ha venido llamando en la crítica moderna como “literatura comprometida”.

Aun a pesar de los innumerables estudios realizados e inmensas bibliografías escritas; de las divergentes y plurales explicaciones dadas, de la lejanía del contexto literario y social de nuestro actual carácter cultural, nada ha de ser excusa para dejar de buscar nuevos caminos que ayuden al lector moderno a desvelar y comprender el significado de esta obra que se nos ha conservado en tres manuscritos, conocidos con las iniciales S (Salamanca) T (Toledo) y G (Gayoso, Benito Martínez). No hay acuerdo entre los eruditos a la hora de establecer el árbol genealógico de los códices y de explicar sus relaciones y valor. Para unos, existieron dos redacciones distintas realizadas por el mismo autor en dos momentos de su vida, refundidas a su vez en una tercera versión. (Su máximo exponente es Menéndez Pidal, a quien además, basándose en pasajes de la obra, sobre todo en el que dice “’buen amor’ dixe al libro” debemos el título actual). Para otros, solo habría una redacción, de la cual derivarían, a través de versiones perdidas, los tres manuscritos conservados. (Jacques Joset, es su mayor representante quien resume que: “la lectura del libro debe hacerse en la versión larga, fundada esencialmente en S y completada por G y T.” En la edad media la obra se conoció simplemente por el nombre de Libro del Arcipreste

Del autor sabemos lo que el personaje del libro Juan Ruiz, arcipreste de Hita, disperso en los tetrásforos nos cuenta, con una técnica autobiográfica al estilo de los Ovidios apócrifos medievales: Pamphilus, Ovidius puellarum, De tribus puellis y De vetula, que muy poco tiene que ver con las auténticas memorias en las que un individuo histórico trata de recoger sus experiencias personales o, cuando menos, la visión que de ellas tiene. Así pues, la personalidad del autor sigue siendo una de las incógnitas que plantea la obra, aunque, hilvanando todos los datos que van apareciendo en ella, algunos estudiosos se han aventurado a decir que El libro del buen amor es obra de Juan Ruiz de Cisneros, hijo ilegítimo del rico hombre palentino Arias González, nacido en el Al-Ándalus, quizás en Alcalá la Real (actual provincia de Jaén) en 1295 o 1296 y muerto en 1351 o 1352. Pero como tantas otras propuestas; la de que era un maestro de canto de las Huelgas llamado Johannes Roderici, o el propio Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo desde 1337 hasta 1351, todas sin aportar datos concluyentes.

Lo que sí parece claro es que en el libro no existe una individualidad narradora conscientemente definida, “la primera persona representa por separado o simultáneamente el personaje histórico del autor, el narrador, el héroe de las aventuras ficticias relatadas, el comentador de tales peripecias, el poeta consciente de su papel de escritor, sin olvidar el yo del juglar encargado de la interpretación de la obra” Jacques Joset.

Hasta el siglo XII las doctrinas amorosas en la península, se apoyan en el Antiguo Testamento, donde la virginidad, que equivalía a la esterilidad, era considerada como un castigo divino. Para el pensamiento judío el hombre no es un alma encerrada en un cuerpo, sino una unidad de dos realidades que no pueden existir la una sin la otra, lo sensible y lo material tienen la misma bondad que lo espiritual ya que las dos realidades tienen su origen en Dios. El amor hacia una mujer para que sea perfecto debe tener una dimensión sexual en función de la fecundidad con la que se abre el Génesis “creced y multiplicaos”. Contrarrestando esto con el pensamiento platónico, para quien el hombre es un compuesto de dos realidades esencialmente distintas, tanto por su origen como por su naturaleza, alma y cuerpo polarizándose en torno a la espiritualidad, el mal viene del cuerpo, de lo material y sensible, el amor es un concepto lejano que la mente crea como distracción. A partir de entonces el pensamiento de las mentes eclesiásticas dirigentes, cambia de postura y comienza a mirar más a los Evangelios y las Cartas paulinas, donde se afirma la superioridad de la virginidad sobre el matrimonio convirtiendo los Santos Padres este nuevo enfoque, en doctrina cuasi-oficial de la iglesia. Con la invasión árabe la península había quedado fuera del radio de acción del centralismo romano, hecho que había favorecido una serie de costumbres autóctonas o provenientes de las culturas árabe y judía que se convirtieron en norma y modo de vida de los propios clérigos, en el desarrollo de la “liturgia mozárabe” o en la traducción de la Biblia al romance castellano. También en lo relativo al sentimiento amoroso siguen unas leyes que se apoyan en el derecho consuetudinario. El régimen matrimonial, sin diferenciarse mucho de los países musulmanes, tenía dos formas de unir a los esposos: el matrimonio “a juras” que se fundamentaba en el consentimiento mutuo, normalmente en un intercambio comercial entre dos familias (matrimonios por conveniencias políticas o económicas) era el matrimonio canónico, la otra era la barraganía, institución que canalizará el sentimiento amoroso de los clérigos, unión fundamentada en el amor, la amistad y fidelidad en la vida común.

Hasta el IV concilio de Letrán la barraganía clerical es una institución popularmente aceptada y jurídicamente más o menos tolerada; a partir de este concilio, será centro de atención de las reformas disciplinares de la iglesia, considerándose como pecaminosa. El celibato que prohíbe el matrimonio de los clérigos y los obispos será en este sentido la primera disposición legislativa de la iglesia. En sucesivos concilios también se les prohibirá tener mujer alguna junto a ellos, salvo su hermana o alguna virgen consagrada a Dios, así como la cohabitación de sacerdotes y diáconos con sus mujeres. Las penas promulgadas se refieren a la privación de la prebenda y a la excomunión, insistiéndose, por motivos de dispersión y perdida de los bienes de la iglesia, en que los hijos nacidos de esta unión no puedan heredar los bienes de los padres. Posteriormente se irán añadiendo otras penas como el castigo de dos años de cárcel a los clérigos que tengan públicamente concubina; detalle que si El libro del buen amor se interpreta linealmente de forma autobiográfica, sería la prisión real que sufrió el arcipreste y los clérigos concubinarios, más la interpretación literaria, como clérigo de la alta jerarquía eclesiástica, cuyas funciones era velar por la disciplina de los miembros de su arciprestazgo, esta cárcel sería la tradición alegórica del alma en poder del pecado, la tradición amorosa en la que él, tras llegar a casa del concilio donde le explican las nuevas normas, le tiene que contar a su barragana que han de separarse. Y sin embargo en el libro, el sintagma “sin merescer” unido en varias ocasiones al término prisión, no permite esta referencia a la prisión alegórica con sentido moral, ya que en toda la literatura religiosa el pecador arrepentido, jamás dirá que sufre sin merecer, sino todo lo contrario, ya que este sufrir, como tópico en la literatura religiosa de conversión que se apoya en la tradición teológica sobre la gracia divina, no sería nada con lo que realmente mereciesen sus culpas, pudiéndose poner como ejemplo literario la Vida de Santa María Egipcíaca. Desde aquí, se podría señalar que El libro del buen amor, es una autobiografía de un yo genérico dirigida exclusivamente al restringido público clerical, ya que todos ellos estaban abocados a correr la misma suerte.

Dos corrientes enfrentadas ocupan a la iglesia de esta época: una a favor del matrimonio apoyándose en las tradiciones y en el Antiguo Testamento y la otra a favor del celibato, basada en los Evangelios y las Cartas paulinas, que será a la postre la tesis que prevalezca en el tiempo.

Saciar el hambre con los viejos escritos hasta rebosar sabiduría, es una de las características de todos los poemas del Mester de Clerecía. El libro del buen amor también, por lo que tal vez este pluralismo, dificulte, a primera hora de la mañana una lectura lineal de la obra. Para facilitarnos su comprensión, algunos críticos han señalado la forma autobiográfica como elemento unificador y aglutinante. La obra está formada por retazos diversos unidos por la voz narradora y cantora ya que existen numerosos elementos líricos y excursos no narrativos que así nos los hacen ver. En ella hay una alternancia, no mecánica de sonidos graves y jocosos que forman un contrapunto poco rígido y si fluido y libre. Sobejano, cree ver “una clara trayectoria que va del espacio mundano al tiempo trascendente, del loco amor que representa la lujuria, al buen amor de Dios”.

En las cantigas de los clérigos de Talavera, adaptación de un poema goliardesco ingles llamado Consultatio Sacerdotum, nos relata la asamblea celebrada por los clérigos del arciprestazgo de esta ciudad ante la llegada de una carta del arzobispo Don Gil de Albornoz en la que se les comunica que se han de separar de sus barraganas y de la que deciden hacer caso omiso.
Dentro del libro, la narración del ermitaño que después de cuarenta años en el desierto, sin tentaciones, un día borracho, ve aparearse a un gallo y una gallina, excitándose sexualmente hasta el punto de correr al pueblo y violar y matar a la primera mujer que se encuentra, la moraleja sería una crítica a la castidad absoluta, el ejemplo para los altos dirigentes de la iglesia de, por qué no se tendría que aplicar el celibato.

Para muchos críticos el método escolástico parece ser lo que ilumina la estructura interna del libro, escrito para clérigos por un clérigo. En la argumentación escolástica se anuncia una tesis que se ha de probar recurriendo a distintos argumentos; si se trata de teología, al argumento de autoridad de las fuentes teológicas, a la Biblia, a la Patrística y a la documentación conciliar. Si la tesis es filosófica, se invoca a la autoridad de los sabios y filósofos antiguos. El libro del buen amor después del “Praenotanda” o “Nexus” que trata “cuestiones previas” cumpliendo este cometido el “prólogo” en prosa, se enuncia una tesis que dará unidad interna a todo el libro, exponiendo los argumentos que serán de tres clases: de autoridad de los sabios antiguos, (Aristóteles) de la experiencia externa, la naturaleza que corrobora eso que el filósofo dice, y de la propia experiencia, ya que, de los seres creados, el hombre es el más sensible a esta fuerza natural. Después de la argumentación, se comprueba con ejemplos la veracidad de la tesis, ejemplaridad muy socorrida en la pedagogía escolástica de las “Artes praedicandi” que sirven constantemente al autor en su didáctica.

La ficticia autobiografía del autor-protagonista enlaza una miscelánea de materiales muy heterogéneos, donde la equivocidad y el doble sentido afectan a la moraleja que el autor extrae de los cuentos que lo componen. El tono didáctico, adornado con la ambigüedad, la parodia, el humor, la ironía y hasta cierto punto, lo grotesco; marcan la orientación del discurso poético.

El texto se inicia con una invocación a Dios y a la Virgen (c. 1-10) y un prólogo en prosa sobre el sentido he interpretación de la obra; siguen un ruego a Dios para que “le diese gracia que pudiese fazer este libro” (c. 11-19), unos gozos de Santa María (c. 20-43) y un apólogo que nos enseña cómo debe entenderse el texto (c. 44-70). Entre fábulas se va relatando las aventuras del Arcipreste (c. 71-652) que intenta seducir a una panadera, pero quien lo consigue es el emisario Ferrand García; así, tras el fracaso de sus primeras aventuras amorosas, habla de la predisposición y se queja al dios Amor de sus desdichas; Don Amor le da una serie de consejos que completa su mujer doña Venus. En el relato de los amores con doña Endrina (c. 653-891) donde aparece la alcahueta Trotaconventos que coopera con sus artes para que el enamorado logre sus deseos. En un principio es el propio Arcipreste el protagonista, convirtiéndose desde la cuarteta 727 en don Melón de la Huerta, que será, a las postres quien se case con doña Endrina. En las cuartetas siguientes (c. 892-949) el Arcipreste imparte consejos a las dueñas y les habla de los alcahuetes. En cuatro grotescas serranillas (c. 950-1042) cuenta en tono caricaturesco como es asaltado por unas pastoras que quieren cobrarle un peaje haciéndole un lugar en la cama y pretendiendo casarse con él. Tras unas solemnes coplas a la pasión de Cristo (c. 1043-1066) vuelve lo burlesco en “la pelea que ovo don Carnal con la Cuaresma” (c. 1067-1314) un largo y sesudo excurso sobre la confesión, sus requisitos y normativa (c. 1130-1160). En esta batalla el miércoles de ceniza, don Carnal y sus huestes (la Cecina, don Tocino, perdices, capones, etc.) caen derrotados ante el ejército cuaresmal formado por todos los peces. Pero el domingo de Resurrección vuelve don Carnal acompañado de don Amor a entrar triunfante para ser recibido por toda la ciudad. Volviendo a las aventuras del Arcipreste (c. 1315-1625) donde tras llamar de nuevo a la trotaconventos para que le ayude a conquistar a una señora, fracasa, aconsejándole esta “que amase alguna monja” doña Garoza se llamaba la monja elegida, y muere antes de acceder a los deseos del protagonista, rechazado también por una mora. En un breve excurso (c. 1513-1519) Juan Ruiz habla de los cantares que hizo para una serie de personajes. La muerte de Trotaconventos (c. 1520-1575) y su epitafio (c. 1576-1578) que enlaza con un discurso sobre las armas del cristiano (c. 1579-1605) y el irónico retrato de don Furón el nuevo criado que también fracasa en el propósito de llevar una moza a la cama de su señor (c. 1618-1625) La estructura básica del libro se remata con nuevas advertencias de cómo ha de entenderse la obra (c. 1626-1633) señalando la última cuarteta (1634) la fecha de composición:
Era de mil e trezientos e ochenta e un año,
Fue compuesto el romanze, por muchos males e daños

En los manuscritos S y G aparecen gozos y loores de Santa María (c. 1635-1649 y 1661-1689) con dos zéjeles “de cómo los scolares demandan por Dios” y la cantiga de los clérigos de Talavera (c. 1650-1660) En el manuscrito G hay como remate un cantar de ciegos (c. 1710-1728)

El libro del buen amor es sin duda la obra más enigmática de la literatura medieval castellana. La polisemia, la equivocidad, el doble sentido, la ambigüedad semántica, características buscadas intencionadamente por el autor son una constante de la obra en la que no existe una clave de lectura uniforme por lo que “sobre cada fabla se entiende otra cosa” ya que el verdadero sentido de lo que quiere decir permanece encubierto, lo que dificulta su lectura y hace que sea un libro apasionante que incita y motiva al lector a descifrar los numerosos enigmas que plantea. Sorprende el carácter concreto, cotidiano, incluso vulgar de las metáforas y comparaciones. Juan Ruiz prefiere la expresividad a la belleza y rebuscando entre esas expresiones y locuciones de cada día, encuentra siempre la que mejor define una situación o un carácter. Los tópicos literarios se vivifican gracias a las salpicaduras de lo real e inmediato. El poeta tiende a yuxtaponer conceptos y expresiones evitando en lo posible las transiciones, aunque cuando estas son inevitables, regresa al parlamento de golpe, con toda naturalidad.

En un autor tan encariñado con la realidad, no podían faltar los diminutivos con su carga de gracia y afectividad. La expresividad de Juan Ruiz se apoya con frecuencia en el paralelismo y la antítesis, estando también presentes en la obra, los quiasmos y juegos de palabras. La cuaderna vía constituye aproximadamente el 90% de los versos del poema, en los que la gran mayoría de los hemistiquios son heptasílabos y un cuarto del total octosílabos. Los propósitos estilísticos de los cambios de medida esencialmente son: evitar la monotonía, enmarcar los parlamentos de los personajes, destacar las moralejas y momentos más solemnes o retóricos, donde los hemistiquios heptasílabos por su energía, pasión y viveza se especializan en la narración, mientras que los octosílabos por su reposo y razonada melancolía, son el medio para resaltar determinadas palabras y situaciones solemnes y ceremoniosas.

Aproximadamente el 10% de los versos son de arte menor con rimas alternas y constituyen fragmentos independientes de la trama narrativa, unas veces enlazados a ella y otras, totalmente autónomos: siendo las cántigas de serrana y los cantares de ciego un buen ejemplo de ello. En varios de estos poemas emplea la estructura del zéjel: cabeza -tríptico monorrimo- verso de vuelta -estribillo: como los primeros gozos de Santa María o la canción de la panadera Cruz.

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