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domingo, 18 de junio de 2017

UN TROCITO DE AYER



Hasta que mi cabeza no vuelva a estar en su sitio, y eso, por lo que parece, irá para largo, he de comunicar que no os regalo más versos, (después de ocho años he llegado a la conclusión de que, todo lo que se regala, no se aprecia) por lo que, si me queréis seguir leyendo, que particularmente, claro está, me importa un huevo con patatas y cebolla, tendréis que buscaros otra forma de hacerlo. Bien en las bibliotecas, bien comprando mis libros, bien ignorándome como hasta ahora habéis hecho. A mi entender, no se han alcanzado los objetivos fijados, con lo cual, alguien (y por una vez no voy a ser yo) tendrá que pagar los versos rotos.

viernes, 16 de junio de 2017

La historia de Anastasio de los Onesti




¿Quién si hace memoria y penetra un poco más allá del sudor de la frente, no recuerda con exactitud, todos los colores del lienzo donde, unos mastines amaestrados, en un instante de frenético festín, se lanzan igual que las palabras hirientes a los muslos de una cierva? Hubo un período largo de abstinencias que, como una larga broma en las ciudades dormitorio, presidió este lienzo de oníricos mordiscos, la pared principal de casi todos los salones, como si en todos ellos a la hora de cenar hubiese un cazador.

Los motivos venatorios que mostraba el cuadro eran una interpretación eufemística y visionaria, de la tabla original, que Sandro Botticelli cuelga, junto a otras dos de la misma serie en el Museo del Prado. Estas tres tablas y una cuarta perteneciente a un coleccionista particular fueron un encargo que le hizo su mecenas Antonio Pucci, para conmemorar la boda de su hijo. En conjunto, formaban las paredes de un cofre, donde supuestamente se introducirían las gotas de sangre del amor eterno, la luz de las arras del compromiso, los irrompibles anillos de la confianza, la fortuna y el bienestar familiar. Toda una contradicción representando una alegórica condena. Porque no, en la obra primigenia, en el claro del bosque, no era sobre una cierva gimiente, sobre quien saltaban los perros hasta estremecer la vista atónita del ojo impasible que todo lo contempla, hasta derribar el borde furioso de la memoria. Era sobre el fuego orquestado contra el tiempo de una mujer fría y orgullosa; una mujer que nunca amó ni sintió piedad. Era sobre un cuerpo desnudo por el que se pasean, como amores feroces, unas garras afiladas. Era sobre sus formas sudorosas no siempre ocultas debajo del escote.

Sí, claro que era una mujer vestida de oleajes, de mala leche y prepotencias, una mujer a quien incompasivos alcanzaban e inmovilizaban los perros, para que su amo, como un ciclón abriendo todas las heridas de los hombres, le diese muerte con su estoque. Luego la arrancaba el corazón insensible y se lo echaba a comer.

Si hacéis caso del celo constante de las habladurías, estas dirán que fueron unos brazos brutos los encargados de oscurecer la noche, que solo el pretexto extensible de las dos cabezas suele quebrantar el talle cristalino del amor, que los delirios, cada viernes, vienen a ser los pensamientos de una condena fija, una condena que se refleja en un arroyo de lunas refulgentes, como si éstas tuviesen de por vida su exclusividad.

Sí, cuenta la historia que fue al fingir el día, algo lejano y creativo, cuando sucedió todo, en una encrucijada de verdes perezosos, en un manantial de imágenes a las doce en punto de la fábula, en el vientre de las horas rotas, en una sala con asientos de pinos cortados para el banquete, justo, en un jardín semejante al jardín que aparece en todas las cabezas.

Como en la realidad que nos muestra una fotografía, Botticelli empleó los rojos metafóricos de la sangre y el azul inexistente del cielo que engaña y exilia, para vestir y desnudar los cuerpos de sus personajes. Para pintar la naturaleza, desplegó todo el ejército de verdes agostados a las tres del compromiso. En las columnas de pinos abiertos al horizonte, como si fuese un cruce de caminos sin señalizar, puso el marrón oscuro de los párpados en medio de la tormenta. En contra del abismo abierto al mar, al espíritu sin trabas del caballo, lo pintó de polvo blanco, el blanco asfixiante y cansino de la pureza. Y si, acaso para contrarrestar, o solo porque así lo imponen los cánones comunes de la belleza, al cuchillo y al infierno, los vistió de negro, de negro con toques precisos de luna partida, de negro como los patios del colegio, como la piedra y los pecados, de negros colores vivos para compensar la muerte

El dolor viene siempre envuelto de regalo al nacer el día. Aquí, es un cuento escrito por Boccaccio en El Decamerón. Un cuento que después de traspasar los límites de la mera apariencia, nos dice lo que son las cosas en sí misma, o simplemente lo que deseamos llegar a entender de ellas. El protagonista enamorado de una joven que no le corresponde, se suicida. Ella, por una sucesión de raros acontecimientos, pasadas unas semanas, también muere. La divina justicia los condena para toda la eternidad, a ella, por su mala condición a ser perseguida por su enamorado, a él, como castigo, a darle caza y arrancarla el corazón todos los viernes, para renacer y volver a morir el viernes siguiente. La historia de Anastasio es la repetición de la misma historia, también él es joven y está enamorado de una mujer que no le corresponde. También él quiere salvar el mundo y a la dama, pero del mundo, de sobra sabe que es un caso perdido y que la dama vive solo en una ilusión, en los pasillos olvidados del silencio.

Puestos a criticar, tanto Boccaccio como Botticelli en los tiempos que corren, serían detenidos, juzgados y condenados por hacer apología sobre la violencia de género. Las pruebas permanecen escritas. Son luminosas y trascendentales como los gritos del color de las vísceras en la tabla. En la distancia, ambos representaron a su modo, esas lágrimas de un desencuentro, y ahora, la belleza de una monstruosidad. 

No es mi deseo concluir sin volver al motivo venatorio con el cuál di comienzo. Es conveniente recordar; que más de una y más de dos vez, se dio la circunstancia de que al ser una pintura tan socorrida como regalo adquirido siempre en el último momento, la feliz o infeliz pareja de recién casados, se encontraba al desenvolver los presentes, que había en el lote, desde uno a cuatro motivos de caza muy similares, y claro está, como antes o después los regalantes harían la visita de rigor, - más que por otro motivo, para ver que su obsequio estaba expuesto en el lugar de la casa que le correspondía, - por supuesto sabía el matrimonio, era preciso reservar un hueco para colocar en su momento el correspondiente a cada visita, en la pared que dejaban libre: las fotos de la fiesta, el mueble bar-librería y el espejo vestidor; ese frente al cual tantos hijos fueron engendrados.



FIN DE TRAYECTO



Hasta que mi cabeza no vuelva a estar en sus sitio, y eso por lo que parece irá para largo, he de comunicar que no os regalo más versos, (después de ocho años he llegado a la conclusión de que todo lo que se regala no se aprecia) por lo que, si me queréis seguir leyendo, que particularmente, claro está, me importa un huevo con patatas y cebolla, tendréis que buscaros otra forma de hacerlo. Bien en las bibliotecas, bien comprando mis libros, bien ignorandome como hasta ahora habéis hecho. A mí entender, no se han alcanzado los objetivos fijados.

miércoles, 17 de mayo de 2017

1001001Antivirus




Como los niños.
Estoy como los niños,
manipuladamente invierno
en su primera clase.
Acojonado
por esa cita tuya
para tomar café.

martes, 16 de mayo de 2017

PROYECTO 001001 virus.




Voy a inventarte sobre plano,
como un proyecto a la inmadurez
con la insolvencia de mis palabras
al corazón que no se compra.
Voy a inyectarme
complicaciones calamibobas,
tartarupturas a los pensamientos,
y a ese poco, de sal pimienta,
de un enamoramiento
que le falta a la rutina.
Mañana, ya veremos que sucede.

jueves, 4 de mayo de 2017

TALLER online DE POESÍA PARA MAÑANA Lección 3. OTRA VUELTA POR LA POESÍA



Sí, claro que, a la poesía todo y todos la desmienten, ¿cómo no?, si conchabimbas y parbiloquios ya no forman parte hoy de su vocabulario.
Sí, en la gran mayoría de las ocasiones, lo único que hace hoy la poesía es boxear y descansar en las esquinas, entre el tiempo y mi fascinación, a cara descubierta, vigilada con lascivia por su chulo campechano que afirma categóricamente que, así es la vida–.
Y así, mientras todo va pasando, el aprendiz de poeta, para continuar ampliando su mundo y su vocabulario, se ve obligado a introducirse en ese otro descontento donde se muestran las formas primarias de todo lo indomable, ese donde se escribe con sangre o tinta, o eterna sumisión, el código genético de la contemporaneidad, el despilfarro de las palabras malsonantes que parecen decirlo todo, para nunca cobrar nada.
En este momento en que la existencia humana aún no se ha despertado al mundo y duerme a calzón puesto en hoteles que solo ofertan media pensión, a la poesía, nada más que se la busca porque, entre las sábanas, o entre las cuerdas del tiempo, puede ser fácilmente abofeteada, puede ser terriblemente abofeteada.
Y mira tú por donde, no, ¡qué va!, aquí no pasa nada.
Decir que el verso dice cosas que nunca antes se habían dicho, ya no es decir nada nuevo, ni fumar hierba, ni tomar chocolate con churros, ni pastas de té para el almuerzo, lo que sí sería nuevo, acaso, sería tener que examinarse y descubrir que se suspende, por no ser capaces de ampliar las superficies de las cosas limpias o sucias, con palabras sentidas otra vez, de forma totalmente original, caramelos agridulces con frases salpimentadas de armisticio y condolencia, y para que así sea, es necesario realizar como en todos los trabajos de esta vida nuestra, un grandísimo esfuerzo, tanto, como para quebrarse la voz y aclarar después desde ella uno o dos pensamientos. La compensación merece la pena.
Muchos dijeron, poco después de amoldar su paso humano al latir del planeta, que la poesía nueva concomitante, tangible, divina y absoluta, esa que tras nacer de la admiración a lo inmediato, se endiosa y adensa, para de inmediato convertirse en pura contemplación, esa poesía es vacilante y atea; y como ateos entiendo todos los pensamientos del hombre que vive solo del segundo inmediato, ese segundo roto por una intuición, por un sentir y un pensar poético que en mí se acentúa, y es que tengo que decir que comulgo cada mañana con ella, que mientras viajo en la línea veintisiete de un autobús urbano desde Emilio Castelar hasta la Plaza de Castilla, leo a Vicente Aleixandre y medito con el bullicio de la gente.
Hoy, conjeturas aparte de todo lo que podamos ser o no ser, pienso, que más que nunca, equivocadamente los poetas hacemos bueno aquel dicho de Nietzsche donde expresa “que toda palabra es metáfora de algo”, sólo que ese algo, está ya tan gastado como la herencia de los sentimientos, esos que hace ya muchísimo tiempo perdieron su sentido de ser y de estar, su impronta especulativa, su alucine, su endiosado ajuste, su desquiciante aroma.
Y, sin embargo, en más ocasiones de las que sería de esperar, bien por conveniencia, bien por ignorancia o pasacalles o vaguerías, nos siguen presentándola vida del mundo poético como algo novedoso. ¡Y lo sorprendente es que aún, a pesar de que todas las pruebas lo confirman, cuela!
¿Es que estará muerto el mundo poético que yo imagino?
 
 
CONSONANCIAS DE LA VOZ
 
Puedo ser, esa mano abierta
a todos los colores de la tarde,
esa brisa en ti o en tu memoria
doblemente saciada.
 
Como se crea un instante,
puedo crear tu dominio imperceptible,
aquí donde concluye el verso.
 
Puedo mirar al aire.
Puedo sentir como es el aire
que dibuja tu nombre. Evanescente,
con la única intención de modelar
ese te quiero que crea un mundo
y lo mantiene entre mis labios.
 
No habito en el olvido.
Caí de la pluma a borbotones:
silueta de una mancha extensísima
sobre un silencio irreverente.
Caí de lo oscuro de la voz,
de un vuelo consonante
al otro lado del teléfono.

miércoles, 3 de mayo de 2017

INVIDENCIA



Se me rompieron
los domingos de mayo,
sin más ni más, las flores
y vidrios del valor,
las gafas con las que veía
la espalda del oráculo.

Mírame. Sea cual sea tu puerta
abierta en la retina
de un ayer rebosante. Mírame.

Busca, cuando se cierre
la mística del bosque
tenazmente estío necesario,
esa quietud de los misterios
que jamás se fingen,
la voz del corazón,
la que nunca se ha visto

Con la facilidad que tienes para olvidarme,
pienso llorar de tanta risa
más allá del poder de la luz
enferma de alzhéimer

En el incendio donde acaba
tu desnudez, comienza el dramatismo
de las gafas que cubren
mi sombra en hora punta.