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miércoles, 23 de abril de 2014

INVOCO AL BESO




El beso es otra muerte transitando
por la oquedad de una respuesta.
Es otra aurora de azules revoltosos
en su recreo vencido de silencios.
Es el límite opreso de unos labios
zozobrando en un mar de bocas,
donde todas, todas las lenguas
se obstinan en remar.

Invoco al beso, al roce
del equilibrio de las cosas,
al torpe despertar del aire
cuando alzándose atrevido,
indulta la plenitud de la mano
entre su mundo convexo.

El beso es otra replica de un beso
que te vuelve cada día.

viernes, 31 de enero de 2014

HISTOEXPERIENCIA



Su leyenda decía
que nació, sobre un mil,
o un dos mil ochocientos
años cargados de inmortalidades
como cada mañana
con sus muchos destinos.
 
Y aunque es verdad
que fue después de Buda
y antes, mucho antes de llenarse
de agujeros el rostro
superior de la atmósfera,
sus crónicas, no quedan claras
en mis constelaciones
de siglos y más siglos,
ni se distingue bien,
por qué con él empiezan.
 
Por supuesto se intuye,
que fue algún día
entre los meses de junio y septiembre,
cuando al calor de los colores,
se llenan de familias
mafiosas las terrazas
y el cielo de relámpagos
sin posibilidades
para ver las estrellas.
 
Solía venir y venía,
con la envoltura de los lunes,
del juerguista totalmente agotado,
con la siempre apariencia
del trabajador público,
con el rictus de un miedo
que le viste con mandil esmeralda,
con una gran sonrisa
y una bandeja bajo el brazo.
 
Sí, solía venir del extranjero,
de dar la vuelta al mundo
de una copa o de un vaso,
de Londres, de Palencia de Hong Kong,
del abierto bisel de la hermosura,
de los sueños en las habitaciones
de las muchachas.
 
Sin quitar ni añadir detalles,
sabemos qué: el fin último
de cualquier recorrido,
es, a la conclusión del movimiento,
el orgasmo de las mujeres,
las que cuelgan pintadas
en la tienda de moda
y se exhiben después
en los museos del amor,
las que desfilan en las pasarelas
de esas cosas vivas aún,
que quieren volver siempre
para jugar en la luna del centro
con ese grillo de la jaula
que come verde los domingos
y sale a divertirse
imitando el susurro
de las citas y el juego
que describen los poetas de Turrialba.
 
Sí, claro que os lo digo:
dormía en los solares
calamitosos de algunas cabezas,
en el dibujo de una cama
pequeña e insuficiente,
en esa estupidez del jazz inmenso
que, como las espinas,
siempre se le atraviesan
en medio de las mil o dos mil notas,
de la garganta con la que alguien
desvela su erotismo
y vomita en la sombra vuelta
de un dios tostado al sol.
 
Dormía a la intemperie
del ridículo que iba siempre
acumulando
en aquel aire anónimo
de los recuerdos,
con sus propios ronquidos
largamente abrasados
por la úlcera de junio,
ese junio que arropa
con nata sus mentiras.
 
Sobre todo, al final,
me solía venir a ver,
no porque en mí estuviese
la noche repetida,
sino por conseguir
animarle algo,
al ser mucho más tristes que las suyas,
las historias que le contaba.
 
“Acaso sea solo por costumbre,
pero cuando se apaguen tus latidos,
me resultará muy difícil
tener que soportar
la sed de los luceros
de los cinco retoños
que se visten con faldas
de la sombra del roble
al otro extremo de la luna.
Todos durmiendo juntos
en el cuarto de las calderas.
Tú ya sabes que yo no pago:
ni agua, ni luz, ni gas,
ni quiero ver el duelo
de las columnas que conforman
el mundo de los patios
con las luces de los años noventa,
con esa pizca de invención
a la felicidad.”
 
Él tenía esa gracia
de los supervivientes
emigrantes en medio
de cualquier ciudad de adopción,
en las que ya no se distinguen
entre los rascacielos
las campanas de sus iglesias.
 
Sí, su leyenda dijo siempre
que nunca moriría viejo
antes de dar las dos.


martes, 21 de enero de 2014

DE DIEZ A MIL PUNTADAS POR MINUTO AL AMOR



Una vez que salimos del útero materno, para todos había dioses, con su ir y venir, puesta, de un modo peculiar, los lunes la sonrisa, con la respiración al ritmo de los dedos y las costumbres, contra los bailes de las alas, visibles o invisibles, que rompen con su canto, el cielo caradura de la noche.

Y por favor, perdóname por no ser para ti
estrictamente asombro, los días y los sueños,
las servilletas de papel que limpian las historias,
el matrimonio, los bautizos, el aire trasversal,
que se me va escapando igual que ciertas fechas
y ciertos brindis y ciertas mejillas
perfumadas por el invierno.

Intento negociar igual que si pusiera
serpentinas de lluvia en cada amanecer
y luz entretejida en las fechas importantes

Intento negociar,
con el razonamiento
de un dios en calcetines
cada domingo en la tostada:
refinados detalles,
solo cuatro segundos del cuento que te cuento
frente a frente sin obra, dos actrices,
tres relámpagos sin tormenta,
ese millón de notas
en las que alguien desvela
el principio de alguna insolación
con los mecheros del olvido.

Una vez que salimos del útero materno, queda tanto que hacer, en los que miran solo detrás del para nunca de los escaparates, que es posible, que se den, de diez a mil puntadas por minuto al amor para que nada cambie.

En los días de fiesta hay dioses para todos,
algo en la luz que los distingue
por no tener escuela y levantarse tarde,
por vestir diferente sus mejillas,
por ofrecer hermosos nacimientos
a la felicidad del hombre y sus excusas.

viernes, 3 de enero de 2014

EL TRAUMA DE LOS CELOS EN LA INFANCIA




Hay en la noche una luna
con las piernas de los veinte años,
intencionadamente largas
como mis deudas,
como esa larga alfombra o cabellera
que siempre me reciben seductoras,
con la única intención
de apuntalarme a sus pupilas,
nueve meses después
de nuestro encuentro.
 
Reconozco que no es fácil reunir en el viento que azota las horas por pasar, los mapas que conquistan mi futuro. Confuso hasta el descaro de la veta caníbal, sumo dificultades por las que puntualmente me podría perder o acostumbrar a vivir disfrutando: horas y meses siglos, y horas y meses y siglos de amores y discordias.
 
Solo para rozar tu cama,
no con las manos, sino con mi aliento
al ponerse feliz todos tus soles,
mientras el mundo se consume
tendré que prometer con la voz cristalina
de las piedras nupciales, casi todo lo escrito
en los tratados del buen seductor.
 
Y por supuesto que para alguien
del que hablan todas las mujeres,
salvo el valor de mis acciones
cayendo igual que los amigos,
como las cataratas
azules de cualquier cabeza,
ya no sé si le queda nada
que me pueda importar:
ni amor, ni casa, ni trabajo
en el templo inconcluso de los lunes
y, aun así, te propongo matrimonio
hincando a tu sandalia mi rodilla.
 
Esta vieja conciencia sola y en ropa interior, es otra enfermedad que me persigue para mostrarme la ceniza de los cipreses que seguro talé de crío, el trauma de los celos en la infancia, la mano que olvidé lavar para sentirte cerca siempre, todos, todos los días.
 
Cuando la luna está completa
me sobran los aplausos
que dan las buenas noches,
y a medida que asciendo
hasta la última cumbre
me falta tu presencia.
 
Por supuesto que fue por no tenerte,
por lo que todos ven,
enfermos terminales
a la luz de los quirófanos,
y en sus meditaciones,
a niños que bebieron
en las últimas horas de los últimos días
la leche con galletas de los héroes,
esos que sin lugar a duda crearon
para conseguir sus favores,
exquisitos paisajes de damas exquisitas.
Sí, claro que la suerte me acompaña.
Sí, claro que te siento.
 
De igual forma que mi silueta a la luz de los abrazos se llena de burbujas y sale a correr los domingos por el jardín de tus heridas, así mi amor así, como si no existiera el mundo, salgo a desayunar, algo descafeinado, solo y triste si no me añades nada.
 
Nací en noviembre
en algún rincón de la luna entera.
Y sí, claro que voy a morir
con otra luna entera
algún otro noviembre.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

UN GUARDABOSQUE REAL




Recuerdo que era invierno. Que la luna llena saludaba agradecida a todos los seres nocturnos que salían a saludarla. Que en la cara norte de las laderas, sobre la retama y los brezos, a la sombra gris del roble pelado, la nieve, se acumula cubriéndolo todo con su paleta de blanco frío. Que incluso mucho más allá de donde los ojos del lince alcanzan, la noche acuna en la brisa de antaño, los perfiles crecientes de su equilibrio.

Recuerdo, a la luz que nos deslumbra en el nuevo amanecer, seguir las huellas de mi padre y éste, las de alguna libre mal herida. He de puntualizar, que las huellas de la liebre, son a menor escala, muy semejantes a las del ser humano: su planta ronda los seis centímetros y la disposición de sus cuatro dedos es similar a la del hombre, solo que sin dedo pequeño. Las liebres en la nieve son torpes y lentas, y buscan siempre algún recodo que las resguarde de tanta luminosidad, por eso y por su pelaje oscuro, no es difícil distinguirlas sobre el terreno blanco. En las más de las veces para ser cazadas por los furtivos, en esta ocasión para proceder a su cuidado con exquisita delicadeza. Mi padre, vendaba su pata con un jirón rasgado de su camisa y volvía a dejarla libre.
Y sí, claro que recuerdo también las discusiones, a la vuelta, cuando al llegar a casa, se enteraba mi madre del estropicio. El siempre era capaz de tranquilizarla diciendo: Pero mujer, es que no entiendes que me pagan por cuidar los bosques y sus animales. Cuando vengan los cazadores quiero que encuentren todo por lo que ellos pagan.

Recuerdo que era invierno. Asombrósamente opalino en las horas centrales del día, pero, acaso el invierno más crudo que la tierra norteña conociese. Que de todas las chimeneas, cordones gigantes de humo, subían hasta alcanzar la unión - imposible abajo entre sus vecinos - y al lado de las nubes crear con éstas, las formas fugaces e imprecisas de antiguos ancestros, para luego, en amigable charla, contándose los secretos, secretos de cada hogar, desaparecer en el infinito.

Si, recuerdo las huellas de unos pasos en la nieve, y en ellas a un hombre envejeciendo con los sollozos diarios, con la sordera del mundo, con los senos espejeros de las horas casi heladas en los colmillos del sol. Recuerdo los colores del cielo raso, de la pradera y del mar embravecido en sus ojos. Recuerdo, su voz singularmente dulce y escueta, su carga silenciosa al cuidado del bosque y sus criaturas, sus balanceos humanos. Recuerdo esa soledad característica que acompaña a los seres diferentes, ese gris plateado de los pájaros en contra de la luz, esa atmósfera inmensamente fugaz, cargada en la pupila de húmedos colores.

Si recuerdo esbozos, de una historia inconclusa, en el oscuro mundo de la mente, justo en ese preciso momento en que la tarde, casi a la conclusión, roza la noche, allí donde su silueta, alargada por la luna, siempre lo acompaña unos pasos por delante, y su mirada y su rostro cansado, tranquilo, sereno, sonriente pero cansado, devuelve el saludo a las hileras de adobe que daban forma a las casas: las mismas que silenciosas le saludaban,

Lorenzo fue el nombre escrito en la pila bautismal. Sofía, lo llamaron otros en un tímido intento de homenaje a la actriz. Padre lo dije yo siempre. Murió en casa como guardabosques del patrimonio, poco antes de que eufemísticamente pasasen a ser conocidos como guardas y mucho después con la democracia, agentes forestales, con nomina y vacaciones.

Lo recuerdo marrón. Vestido al uso con traje: chaqueta, pantalón y gorra de pana, casi con tantos años como él. Lo recuerdo orgulloso, siempre con su cachiporra de mando al cinto, incluso, mucho tiempo después de que el señor Crucelegui lo regalase su vieja escopeta paralela. Era una escopeta del calibre 16, marca Terrible, y si, terrible era la sensación que sentía yo, cada vez que me llevaba con él al bosque y lo leí estampado en la placa de la culata. Jamás disparó un solo cartucho, todos los que le regaló dentro del lote, permanecieron sin usar en la canana. Para él llevarla al hombro era como una anécdota, como una broma, como un adorno que imponía respeto a los que lo miraban.

Sí tengo que reconocer que nunca fue, lo que se dice propiamente un cazador. Más bien fue un pobre hombre, con sus más y sus menos; integro honesto y respetuoso con su trabajo y las personas que lo trataron. No tenía estudios, pero tenía catalogadas en su cabeza todas las especies de sus bosques, siendo el peor momento para él, los días posteriores a la veda, cuando tenía que restar las piezas que habían sido abatidas. Sabía donde dormía cada animal, donde se alimentaba, donde bebía, donde anidaba o donde tenía sus camadas.
En una ocasión, después de enterrar los restos de una madre, cuidó con la leche de la única cabra que poseía, a dos cervatillos, que un lobo había dejado huérfanos. Eran su tesoro y mi juguete, su mayor debilidad. Les guiaba hasta los mejores pastos, y les daba como golosinas rebojos de pan duro, ellos lo seguían a todas partes.
Recuerdo que lloró conmigo el día que algún furtivo desalmado, nos los mató. También recuerdo que lloró, cuando quiso entrar en la modernidad y cambió su vieja burra por una bicicleta. Una bicicleta que solamente utilizaba en el llano. Las cuestas, las bajaba y las subía andando, me imagino que era para no gastar los frenos.
Había sido el encargado de dirigir y plantar de pinos todas las laderas de la comarca y fue en agradecimiento a su honestidad y buen hacer, además de conocerse como nadie todos los montes, el motivo para ser nombrado guardabosques. He de confesar que en casa nunca se probó la carne de ningún animal de sus bosques. Para él eran como una prolongación de si mismo. Jamás cazó una pieza y nunca aceptó ninguna de las que le regalaron los cazadores. En su cabeza y colgadas en la pared del salón, siempre estuvieron presentes las normas del guardabosque, impresas en papel de 1907 con sello y firma: "El personal que se elija, ha de vivir apartado de todo lo que significa influencia o favor, y convencido de que sólo puede fiar la seguridad de su destino y la recompensa de los ascensos al cumplimiento estricto de sus deberes".
Los recuerdos anidan siempre al fondo de la memoria, en las tierras abonadas de la niñez y la juventud, permanecen como las huellas de los animales en el barro, unos sobre otros, hasta que llegado el momento, se destapan y se airean para mostrarnos maravillas que nos ayudan a continuar.

jueves, 5 de diciembre de 2013

LA LUNA DE MIS SUPOSICIONES




Crecer es comenzar negando la manzana,
declarar que no existes, que no te reconoces,
en la gran eclosión que se atreve a mentir
igual que tu intelecto.

Sí, se supone amor, por suponer alguna
de las dificultades que vienen con el día,
rozando de pasada mi cerebro bestial,
quizás, solo quizás
de mosquitos turquesa,
tal vez intranscendente, acaso si me apuras
un poco apolillado, con esos desconchones
que aumentan por antiguos su valor.

Digo, que tal vez por suponer algo,
todas esas personas
del singular que vi,
están ya muertas

No quiero ser cargante ni romper tu envoltorio,
pero hay momentos que se duermen
para gravar en la vidriera el dolor en su origen
y por supuesto algunas confesiones
y más de mil crepúsculos al mes sin cigarrillos,
sueños de marihuana, martes con epitafios,
y al sur del humedal el catálogo con las culpas,
y los sellos quietísimos que se rompen de amor
por seguir cuando se cierran las puertas
interminablemente
coloreando pañales a la luna
de mis suposiciones.

viernes, 29 de noviembre de 2013

UNA BARBIE CUALQUIERA



Maripolius pone el color al poema

Tierra no, aún no me tragues,
que te acuno atrevido en primera persona
igual que a las mascotas de Neruda,
de Borges, de Laureano, de Mestre o de Aleixandre,
antes de enmudecer, después de los disparos,
cuando vuelven y eclipsan
con el vuelo de su falda mí memoria.

Sí, déjame saber
mientras se cierran
ceremoniosamente
para que nadie se haga daño
los párpados y las estancias,
como es que todo, en alguna ocasión
nos empuja y nos rompe.

Tú, transformada en sueño y disparate
lanzas besos que nos cosen con fuerza
a una noche Lolita en la batalla,
taponas las heridas
que gotean del techo de esa noche
del hacha que nos niega mucho,
en muchas circunstancias
de la espada con su punto y destino.

No tierra, no me tragues, que aún
no me atrevo a mirar
en pie, delante de la tele,
como se fue muriendo al gris,
al gris y al blanco-negro tahúr
de las nubes marcadas,
toda esa sucesión de mundos,
mundos y signos de constelaciones,
mecidas por la historia
de una Barbie cualquiera.

Sí, déjame saber

Este era un poema con dedicatoria, pero para que no se avergüencen o endiosen los receptores de la misma, no la he puesto. Pienso que ellos saben quienes son y cuanto es mi agradecimiento. Gracias