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domingo, 16 de abril de 2017

ÚLTIMA PROFESIÓN DE RIESGO






Hay denuncias en las comisarías
por todo lo que escribo:
blanca, blanca, epidermis negra,
caricatura y cosa acartonada.

Ser poeta es profesión de riesgo,
- siempre lo he dicho -
igual que pinta sombras,
o abre pasos con alas de sombrero,
lo mismo que astronauta
o comercial de briznas
de hierba de los prados
clandestinos de la imaginación.

Amante, anciana, niña:
todas protagonistas como
en Pálpitos del tren que no vuelve
la noche que describe
por wasap las tormentas.

Insisto en que ser poeta
consiste en estrellarse contra el mundo
con la excitación de las divinidades,
en despertar de golpe entre los balanceos
de las faldas que abrasan mis disculpas
y después de ordenar tu piso
pasear al perro y a los niños y al gato.

Está claro que ser poeta tiene mucho que ver
con inventar de nuevo el día,
con esa vestimenta
de la calle otra vez de moda,
con esa luz que sale junto a todos mis miedos,
con volar la ternura rota del calcetín,
con esas zapatillas de distinto formato.

Sí, hay mazmorra que sin duda se hicieron
con terrones de azúcar,
para poder el verso escapar fácil, fácil.

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