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martes, 4 de diciembre de 2012

DISPUESTOS PARA LA COSECHA





En esta edad en la que predominan las dudas
y se prohíben los wiskis al sol de las terrazas,
insisto en que se quede la luz entre nosotros,
que todo vuelva como siempre a ocupar su sitio,
aquí donde las olas giran
exactamente como los ancianos,
con sus torpes tibiezas
ante una taza de café:
por supuesto, sin churros que se abracen
ni taponen las venas con su colesterol.

Os querría decir, cumplidos muchos años,
que significa la paciencia,
pero yo que jamás necesité estilistas
para desnudar mi alma,
ya no la tengo.
Ni tengo alternativas que perfumen la noche
cuando cierro mis párpados.
De todos modos, tal vez si me quito la máscara,
pueda sentarme aquí contigo
y probar el sabor de los largos tropiezos
de las conversaciones,
frente a frente, esa luna que nos llena.

Muy cerca de los muros de occidente,
ya no sirven de nada las buenas malas formas
de aquel romanticismo
atragantado en nuestra adolescencia.
Ni las sinuosas líneas del cuerpo femenino,
ni las constelaciones,
ni esa oquedad perenne de la boca
por donde escapan los grandes proyectos:
damajuanas con flores moribundas
y un estilo de vida que asentado en el lujo,
aún queda por pagar,
la casa, el coche, los hijos y los nietos,
el hombre y la mujer que discuten afuera
como decirse adiós.

En las habitaciones de cualquier país lejano,
aún se conservan los rescoldos
de lo que siempre fuimos,
soliloquios de amor con pajarita,
abanicos que se desdoblan y se repiten
alrededor de la vejez,
niñas de sombra y nada,
que hacen que uno se piense demasiado las cosas.

Vengo a entregarme.
Oídme, a intercambiar tus viandas
por mis ausencias
imposibles en fuga de la fragilidad,
del pulso donde muere el pensamiento,
de este dolor que es una deuda
y todo lo que toca son cosas necesarias.
Desvísteme que soy culpable
de todo lo que hicimos por no causar dolor.
Abundante de ideas y de ensayos,
siégame sí, que ya estoy totalmente maduro.

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